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Crónicas caninas (6) Promesas incumplidas

Tres de los nombres más interesantes de la Competencia entregaron tres películas que pudiendo ser Muy Buenas, con mayúsculas, se quedaron en el "casi, casi": entre limitadas o fallidas. Tres apuestas, tres decepciones. (Foto: Visage/Face)

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

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Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Cuando hace cuatro semanas se anunció la programación de este año en Cannes, lo más evidente fue la apuesta segura por "grandes nombres". Si para algunos ver a Almodóvar en la lista era motivo de expectación, muchos otros lo sentimos más bien como una señal de falta de sorpresas en el horizonte.

(Al momento de escribir esto, son varios los títulos de la competencia que he dejado para después por un motivo u otro –la maravilla de la reposición integral del último domingo…- y de acuerdo a las opiniones recogidas, lo que más me urge recuperar es Michael Haneke con Das Weisse Band y Marco Bellochio con Vincere.)

Visage (Face) de Tsai Ming-liang

De los grandes nombres anunciados, el que probablemente esperaba con más entusiasmo era el de Tsai Ming-liang, por el simple motivo de tratarse de Tsai Ming-liang. Aunque es cierto que el proyecto sonaba sospechoso: la primera entrega de una iniciativa de producción cinematográfica del Museo del Louvre. Es decir, co-producción francesa, pie forzado para incluir a la institución en la trama y la imagen…

El resultado fue lo que podía esperarse: Visage (Face) es una película a la altura básica del talento del taiwanés, con algunos de sus tópicos visuales, obviamente con su actor fetiche Lee Kang-sheng de protagonista, pero todo al servicio de algo que no termina nunca de cuajar, que se siente demasiado exportado.

El actor Lee Kang-sheng (también director, muy a la Tsai Ming-liang) interpreta a un realizador taiwanés que debe rodar en París. Además de la temática cinematográfica, la presencia central de Fanny Ardant (como Fanny Ardant) y Jean-Pierre Léaud (como "Antoine"), junto a una atormentada Laetitia Casta, y las apariciones especiales de Jeanne Moreau, Natalie Baye y Mathieu Amalric, ahorran el problema de cómo unir los distintos mundos. En resumen, un logrado trabajo de encargo (o de inspiración ajena), pero lejos de ser un paso adelante en la carrera que llevaba de Rebels of the Neon God a I Don’t Want to Sleep Alone.

Otra cinta que me dejó con la sensación de que pudo haber sido mucho mejor, fue The Time that Remains, el Torres-Leivano título del palestino Elia Suleiman (Intervención divina).

Elia Suleiman

La maravillosa insolencia de tratar el conflicto palestino, y en particular la guerra de 1948, con un humor burlesco, totalmente a la Tati, de por sí pone la obra en un nivel superior. La mezcla de total incorrección política y a la vez un humanismo hermosamente inocente, y la puesta en escena detallada, delicada y precisa de Suleiman, casi bastarían para esta historia sobre los recuerdos y el presente; sobre la lucha de un pueblo a través de la lucha de una familia (en el fondo, es el grito orgulloso de un niño diciendo "mi papá es un héroe"). Casi. El problema está justamente en la ilación de esos tiempos; en la estructuración de ese presente en relación con el pasado; en sobrepasar la obviedad de la introducción del adulto que vuelve a su país y empieza a recordar.

La tercera de las películas que cierran la Competencia (aparte de la última, de Isabel Coixet, que se presenta a la prensa en este instante, y por lo tanto –ok, es una excusa- no alcanza a entrar aquí), desde un territorio absolutamente diferente, dejó en el fondo el mismo tipo de impresión: una casi muy buena película, aunque en este caso el casi fue más violento.

No es una sorpresa: todo respecto a Gaspar Noé (Irreversible) es más violento que Tsai Ming-liang o Elia Suleiman, y sus apuestas son claramente radicales. Enter the Void es un gran "cine-trip", excesivo y jugado, que podría haber sido uno de los momentos más refrescantes de la competencia. Como propuesta lo es, sin duda, pero como resultado… todo se quiebra por ciertos excesos gratuitos (en términos de sordidez, de graficación absurda –como el coito al final que provoca carcajadas justificadamente- pero también en bastante metraje innecesario en las dos horas y media).

Afiche de Enter the Void de Gaspar Noé

Situada enteramente desde el punto de vista de Oscar (vivo y lúcido, alucinando, repasando su vida o su espíritu sobrevolando el mundo de los vivos), en un movimiento constante y fluido, la película encuentra su mayor coherencia cuando se deja ir por el "trip", mientras que los impresionantes efectos especiales se sienten mucho más artificiosos cuando se trata de narrar y entregar información sobre el pasado de Oscar. Huérfanos desde muy pequeños tras un accidente de auto, él y su hermana Linda se juraron nunca abandonarse. Instalado en Tokio (donde sus padres soñaban con llevarlos), la obsesión de Oscar es conseguir que ella se le una. Para eso empieza a vender drogas, en un sub-mundo de extranjeros. Cuando la muy joven Linda llega finalmente a Japón, empieza a trabajar de bailarina de topless, en el mismo ambiente sórdido.

Un incidente estúpido, ocurrido al comienzo (es decir, no estoy revelando nada) deja a Oscar tirado en el piso de un baño, atravesado por una bala. Ésa es la excusa para una volada alucinógena y metafísica, con una imagen que no teme jugársela a fondo por una cohesión de principio a fin, y que curiosamente no cansa. Lo que agota son las repeticiones del relato, los momentos innecesarios, pero no el movimiento y el punto de vista omnisciente. Claramente un planteamiento aparte dentro del tipo (o los tipos) de cine en la Competencia, Noé pudo, quiso, y casi logró un experimento notable. Pero en general un experimento es, a final de cuentas, un éxito o un fracaso. Y en este caso, Noé, fracasó.

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