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Crónicas caninas (7) ¿Hay un Dios allá arriba?
Desde el ganador de la Palma de oro hasta la película más cuestionada del festival interpelan lo humano y lo divino, aunque en su aspecto más ominoso. Maldad, culpa, castigo… (Foto: Das weiße band)
Por Pamela Biénzobas desde Cannes
Por Pamela Biénzobas desde Cannes
"¿Se imaginan si se encuentran Lars Von Trier, Gaspar Noé y Michael Haneke? Si Dios no se manifiesta en ese momento, es que no existe" era la broma en estos días entre algunos colegas. Es que rara vez los motivos de la maldad, la culpa y la condena, a través del prisma de la religión, han estado tan presentes, de maneras tan radicales y diversas, en la Competencia (otro ejemplo claro: Un prophète). E incluso fuera de competencia, si pensamos en el divertidísimo, impecablemente realizado, pero más bien menor Drag Me to Hell, de Sam Raimi, y su carrera contra las garras del infierno.
Noé, aparte de la temática "trascendental" del Libro de los Muertos tibetano (quizás olvidé mencionar en su momento que es el subtexto conductor de Enter the Void) sale a relucir más que nada por su aparente falta de fe absoluta en la humanidad. Pero en el caso de Von Trier, que hasta el final del festival no fue superado como lo más polémico –ni siquiera por Noé, aunque las reacciones que provocó fueron sobre todo por su propuesta, y no por el contenido-, ya la angustia y el desequilibrio existencial llegan a niveles excesivos incluso para él. Si su obsesión siempre ha sido la redención, aquí pareciera no quedar más remedio que la hoguera, que la aniquilación del ser que sería responsable de la perdición humana: la mujer.
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| Antichrist |
Mil interpretaciones circulan y pueden admitirse sobre la película, pero el título de Antichrist (Anticristo) no es un dato banal, y orienta hacia la lectura del deseo femenino como causa irredimible de muerte, y en consecuencia del propio dolor y el odio hacia sí misma y el otro. Lo que provocó las últimas risas despectivas fue la dedicatoria final a Tarkovsky (tras una citación dudosa de Andrei Rublev en la escena final), y con razón, pues por muchas pruebas que haya dado Lars Von Trier en el pasado (y por magnífica que sea la factura de este nueva cinta), ahora resultó especialmente presuntuoso y desubicado. Aunque probablemente las carcajadas más fuertes las regaló el zorro que anuncia, en medio de la película, que "el caos reina"; el chiste del momento era que, después de Up y su jauría parlante, Antichrist confirmaba una nueva tendencia.
En un terreno casi tan ambiguo, el siempre perturbador Michael Haneke con Das weiße band/The white ribbon (que pude ver al fin esta mañana, y que al momento de despachar esto acaba de ganar la Palma de Oro, luego de llevarse el premio Fipresci ayer) también cuestiona la humanidad, e interpela la maldad intrínseca de una manera bastante desesperanzadora. El narrador (en off, uno de los personajes recuerda muchos años después) hace explícitamente la conexión entre los acontecimientos que tuvieron lugar en su pueblo en la víspera de la I Guerra Mundial y los que remecieron a Occidente poco después. No es una conexión histórica sino moral: sólo en una sociedad donde puede suceder algo así, puede entenderse tal guerra. Una serie de hechos criminales, malvados, y jamás aclarados completamente remecen al poblado protestante del norte de Alemania, y todo parece apuntar hacia los niños: hijos del pastor, del capataz del barón, del médico… de las autoridades espirituales y materiales del lugar, son las víctimas, victimarios o ambos. Su inquietante presencia resulta tan gris como la fotografía monocroma, pues si efectivamente están tomando la maldad en sus manos, es para protegerse de la maldad. Los hijos serán castigados por los pecados de sus padres, advierte una nota dejada en uno de los lugares del crimen. (Otra conexión clara con Von Trier, en que todo parte por el accidente mortal del niño mientras los padres lo descuidan por hacer el amor; y el montaje sugiere que la madre efectivamente lo ve en peligro, pero no interrumpe su placer para salvarlo.) Pero como todos somos hijos de alguien, finalmente son los mismos que cargan con la impureza de sus antepasados quienes deben ejecutar el castigo.
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| Das weiße band |
La cinta blanca del título alude al listón albo que el pastor hace llevar a sus hijos para recordarles la pureza y la virtud, pero que en lugar de aliviarlos o guiarlos parece imponerles un peso insoportable. Un peso irrepresentable, como los actos mismos: una vez más Haneke juega con la visibilidad e invisibilidad de los hechos y por ende de la culpa. Tanto o más fría que de costumbre, la cámara ata al espectador a una posición de testigo parcial (en los dos sentidos de la palabra), incapaz no sólo de averiguar más de lo que se le ofrece de manera bien dosificada, sino también de involucrarse más allá de lo que el desapegado relato visual le permite (la voz off, en cambio, sí tiene una carga emotiva). Una película enteramente sobre juicio, culpa y castigo impide juzgar e incluso atribuir claramente las culpas. En cuanto al castigo, queda diluido con el advenimiento de acontecimientos mucho más graves (la Gran Guerra). O más bien es tan grave y compartido que pareciera trascender a los autores de esos hechos puntuales, y aplastar con todo su peso al que en el fondo aparece como el verdadero, el principal culpable: la humanidad entera.
De manera fallida o digna, tanto Von Trier como Haneke se inscriben voluntariamente en la filiación de aquellos grandes que no dejaron de cuestionar al hombre y a Dios, desde el citado Tarkovsky a Dreyer o Bergman. Pero, hay que decirlo, al lado del Antichrist o Das weiße band (que más pareciera una cuerda alrededor del cuello) los maestros existencialistas casi pasarían por unos optimistas. Los hijos pagarán por los pecados de los padres…
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