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Tesalónica 2010 Imágenes de un triste siglo

El Festival de Documentales de Tesalónica (Grecia) celebró este año su 12ª edición en un momento de efervescencia nacional por la explosión de la crisis que poco y nada se sentía en las calles, invadidas por jóvenes ostentosos gastando fortunas en las terrazas de bares y restaurantes. En las pantallas, en cambio, desfilaba una constatación catastrófica sobre el estado de la humanidad.

Por Pamela Biénzobas

Aunque no tendría por qué ser así, el documental suele servir para tratar temas tristes, temas graves, temas urgentes. Y en un momento en que eso es lo que abunda en el mundo (¿o en un mundo en que eso es lo que abunda?), no es extraño que sea omnipresente en un encuentro de documentales.

El curioso afiche ya era una señal: imposible encontrar una interpretación consensual entre los asistentes. ¿Las ambiguas figuras que acompañaban el lema "Imágenes del siglo XXI" representaban clavos, tornillos (¿la idea de construcción?), o más bien destructivos cohetes? La extraordinariamente extensa lista de títulos elegibles para los premios Fipresci, en cuyo jurado me encontraba, cubría la vasta gama de secciones temáticas de la programación, pero el sabor amargo parecía ser omnipresente.

No fue una sorpresa encontrar que Palestina era un tema recurrente. Sí lo fue constatar que entre los documentales al respecto se encontraba uno de los más animosos e inspiradores, que de manera previsible se llevó el premio del público para un título nacional. Gaza, Erhomaste (Gaza We Are Coming), de los griegos Yorgos Avgeropoulos y Yannis Karypidis, toma la estructura fácilmente accesible del género de la constitución de un equipo improbable; de la transformación de personas "comunes" en héroes. Personas de distintos orígenes se sienten interpeladas por la situación en ese territorio palestino, y deciden hacer algo con la indignación que sienten: desafiar el bloqueo marítimo. Se organizan, arriendan barcos, consiguen a un capitán cretense de una inocencia y generosidad raras, y emprenden rumbo a la costa palestina a pesar de la prohibición israelí. Gaza We Are Coming se atiene a la decisión de contar una aventura, y por lo tanto basarse en estos héroes inesperados, sin abordar al pueblo que motiva la causa. Con una construcción convencional, el documental se dirige a un público amplio, al que busca no sólo conmover sino inspirar a la acción. El equipo, tanto el de la película como el de la misión, fue recibido con ovaciones cada vez que se presentó, confirmando que se trata de un trabajo con una función proselitista claramente lograda.

To Shoot an Elephant

Al extremo opuesto se sitúa, en cambio, la ganadora del premio Fipresci al mejor documental internacional. To Shoot an Elephant, del español Alberto Arce y el palestino Mohammad Rujailah, es un trabajo absolutamente desesperado, que además cuestiona las definiciones de la creación. Grabado y montado en la urgencia, a veces sin permitirse la reflexión sobre el pudor, y manteniendo una opción radical de transparencia que lo acerca al documento bruto más que a la idea de obra, es tan provocador en su forma como en su contenido. Arce se encontraba en Gaza al momento de la Operación Plomo Fundido (fines de 2008), y decidió quedarse cuando se evacuó a los extranjeros. Junto a su guía Rujailah, acompañaron a los equipos médicos internacionales durante los ataques. El testimonio es abrumador. Más allá de la importancia del documento, el valor de To Shoot an Elephant (críptica cita a George Orwell) como documental reside más en los efectos que en el resultado final: en la manera de exponer y enfrentar, y por lo tanto obligar a enfrentar y debatir, tanto su status de creación como nuestro status de humanidad.

En otra parte de Palestina se encuentra el pueblo de Budrus, donde se sitúa el documental epónimo de Julia Bacha. Su aspecto inspirador y ejemplar tiene un revés triste, bastante desesperado también. La localidad era una de las tantas cercenadas por el trazado del muro construido por el Estado de Israel, lo que significaba que los habitantes quedarían sin acceso a las tierras donde se encuentran sus plantaciones de olivos. Un respetado ciudadano comienza a organizar una resistencia pacífica, logrando unir a la comunidad más allá de las divisiones políticas. El movimiento pronto convoca a activistas israelíes e internacionales, y también la presión y la amenaza militar. En lugar de amedrentarse, las mujeres del pueblo deciden desafiar a los (y las) soldados y ponerse en la vanguardia de las protestas, sin temor a la violencia. Budrus siguió todo el proceso de esta resistencia pacífica, efervescente, que logró convocar la atención y el apoyo de distintos lados de las fronteras, oficiales y arbitrarias, y que dio el ejemplo a otras comunidades que optaron por la misma vía. Pero cómo evitar el sabor amargo al ver que la gran victoria fue conseguir que el trazado del muro volviera a su sitio original, sin dividir el pueblo, sin lograr desafiar el principio mismo del muro o el hecho de que se esté construyendo no en la frontera sino derechamente en territorio palestino.

Postales del lejano Oriente

La desesperanza también marca el tono del angustioso Petition, de Zhao Liang, presentado fuera de competencia en Cannes 2009, y recompensado en Tesalónica con el premio de Amnistía Internacional. En Pekín, una oficina pública recibe las quejas y peticiones de intervención de los ciudadanos que consideran que sus autoridades locales los han tratado de manera injusta. Venidos de todos los rincones de China, deben esperar su turno… durante años. Dejan sus hogares, sus trabajos si aún los tenían, sus familias... Se instalan, duermen y comen como pueden, creando una comunidad de refugiados sin techo, a la espera de una respuesta. Mientras, para evitar problemas con la administración central, muchas provincias envían matones a impedirles llegar hasta la oficina de reclamos.

Petition

Petition, rodado a lo largo de más de diez años, sigue a los personajes de cerca al punto de involucrarse en sus vidas (en el caso de la madre e hija), pero no encuentra ninguna brecha por la que pueda entrar una brisa de esperanza. Los protagonistas consagran sus vidas a una causa perdida. Lo que se echa de menos es algún contexto que permita comprender. Si miles y miles de personas caen en lo mismo, ¿es que a veces resulta? ¿Por qué sacrifican así sus vidas, más allá de la cuestión de principio de querer justicia? ¿Dónde está la fuente de esa esperanza obstinada y, en muchos casos, mortal?

Las pantallas de Tesalónica, una ciudad que lleva en sí las huellas de la historia, se llenaron de ejemplos como ése, en que el presente parecía más bien política-ficción, pasada o de anticipación. Pues en el mundo globalizado a veces olvidamos las (sur)realidades paralelas de quienes nos venden nuestros productos cotidianos. O de quienes se han aislado a tal punto que casi olvidamos que existen. Un puñado de documentales abordó el raro caso de Corea del Norte. Raro porque sus testimonios, sus imágenes y toda información al respecto es escasa. Por eso no era extraño encontrar a los mismos desertores contar sus historias en más de una película, o darse cuenta de que, en rigor, todo lo que estábamos viendo podría haber sido falso, pues se basa en rumores, suposiciones o narraciones. Por mucho que suscribamos a lo que vemos, y que no pongamos en duda la buena fe de quienes realizan o nos cuentan sus historias, no se puede soslayar el gesto propagandístico.

Ése es el caso particularmente de Kimjongilia, de la estadounidense N.C. Heikin, con su estructura bien accesible, su creatividad visual para adornar la información, y sus relatos atroces. Quizás en un intento por simplificar y alivianar, el documental omite las fuentes de muchos de los datos que afirma. La diferencia la podría hacer un detalle, una inscripción en la pantalla, claramente más simbólica que científica, pero que al menos daría la impresión de una información asible, de un sustento o de cierto rigor. Ello no quita el enorme interés que tiene asomarse un poco a este mundo casi tan oculto como la otra cara de la luna. Y aunque no lo podamos probar, quedamos convencidos de este mundo de horrores inenarrables, de urgencia humanitaria interminable. Kimjongilia adopta el tono de la denuncia, del grito, del llamado de atención y a la acción.

Partiendo de una motivación mucho más inocente y sin pretensiones, pero finalmente proponiendo reflexiones más complejas, Linda Jablonska sabe que plantea más preguntas que respuestas en Welcome to North Korea!, construido a partir de videos de vacaciones. La realizadora formó parte de un grupo de turistas checos que partió a Corea del Norte en una visita obviamente controladísima. Las motivaciones eran tan diversas como los viajeros, pero pronto la resonancia con el pasado comunista y la angustia de encontrarse bajo un régimen totalitario en el que apenas pueden imaginar lo que pasa detrás del discurso oficial que dicta su tour, da un toque muy amargo a la curiosidad y la novedad.

Miradas blancas sobre el continente negro

The Blood Of The Rose

Tres actitudes frente al otro, y en particular del europeo o estadounidense frente al africano, pueden leerse en tres de los muy diversos documentales sobre África presentados en Tesalónica. Con The Blood Of The Rose, Henry Singer cuestiona un poco (pero no lo suficiente) la arrogancia paternalista y dominadora del europeo, a través de la investigación del asesinato sin resolver de Joan Root, pionera de los documentales de vida salvaje, realizados junto con su ex-marido Alan Root. Nacida en Kenya en una familia de ricos colonos británicos, la bella ambientalista amaba el continente y su naturaleza, como se desprende fácilmente del retrato que hace el documental. Pero poco pareciera cuestionarse su relación con otro ignorado componente del paisaje: los habitantes.

Esa actitud queda clara en sus bienintencionados intentos de preservación ecológica, sin dar suficiente importancia ni intentar comprender e integrar las cuestiones socio-económicas ligadas a la opresión y a la pobreza. Si el documental pareciera sostener que efectivamente fue lo que le costó la vida, no logra vehicular un cuestionamiento bastante fuerte, cayendo en una simplificación similar, en la que los africanos apenas pueblan un territorio valorado por el hombre blanco.

Mucho más astuto en ese sentido, Good Fortune, de Landon Van Soest, es honesto y duro, denunciando una actitud ambivalente nacida ya sea de las mejores intenciones o de la pura codicia. Multinacionales prometiendo desarrollo, así como organismos internacionales determinados a mejorar las vidas de quienes viven en la miseria, parten todos del mismo error: imponen su mirada y sus nociones de bienestar y progreso, olvidando preguntarle a los "beneficiarios" qué es lo que ellos quieren y piensan. Igualmente situado en Kenya, Good Fortune cuestiona con sarcasmo el paternalismo reductor, que finalmente no hace más que perpetuar la dominación. Con tan sólo darles la palabra a los verdaderos protagonistas, perfectamente capaces –¡oh, sorpresa!– de analizar su situación, determinar sus anhelos y necesidades, sus definiciones sobre el progreso o la pobreza, el documental genera un debate tan evidente como ignorado. Se echa de menos, eso sí, la confrontación de ideas entre las distintas partes, más allá del paralelo ofrecido por el montaje; la posibilidad de que los "benefactores" respondan de frente a los mismos cuestionamientos y reparos que expresan los "beneficiarios".

En un tono totalmente distinto, uno de los títulos más bellos de la selección fue Winds Of Sand, Women Of Rock, de la belga Nathalie Borgers. Visualmente sobrecogedor, con una fotografía que sabe captar y transmitir la belleza de sus sujetos y de sus paisajes, la película también es notable por la modestia con que se sitúa en medio del grupo de mujeres Tubu a las que acompaña.

Winds Of Sand, Women Of Rock

No hay condescendencia, sino al contrario una clara admiración feminista, en la actitud de una cámara que logra supeditarse a sus personajes, en lugar de imponerles una posición. Una vez al año, las mujeres de este pueblo del Sahara parten en una caravana a través de 1.500 kilómetros a cosechar dátiles a los oasis. Durante ese tiempo se liberan del rigor que las mantiene subyugadas a los hombres, y por un período son ellas las dueñas de su vida y de su tiempo, además de las responsables de una actividad básica para el sustento de la comunidad. En su afán por transmitir el ritmo de la travesía, Winds of Sand… cae en una contemplación repetitiva y demasiado morosa, pero la fuerza de las imágenes y de las mujeres sostiene una obra destacable por su realización, por su contenido y por su postura.

Son sólo algunos ejemplos marcadores y destacables, de un modo u otro, del inabarcable panorama ofrecido por Tesalónica. Un panorama estimulante, provocador y agitador, pero, a pesar de algunos ejemplos más luminosos, desesperantemente triste sobre el estado del mundo y del hombre. ¿Habrá que extrañarse, entonces, de ver al mismo tiempo todo el derroche de la juventud griega, en busca de la evasión en las terrazas de los bares, mientras los titulares internacionales destacaban la terrible crisis del país?

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