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Crónicas caninas (5) Bonsái: Al final ella muere

La segunda película de Cristián Jiménez, la única representante chilena en Cannes, en la prestigiosa sección oficial "Una cierta mirada", tuvo su première mundial este sábado 14 de mayo. Pamela Biénzobas analiza cómo Jiménez intenta capturar y hacer propio el tono y las búsquedas formales de la novela original de Alejandro Zambra (reflexionar sobre la ficción misma), con gran sencillez y seguridad.

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

El sábado 14 de mayo fue el gran día de Bonsái. El momento de caminar por la alfombra (ahora también) roja de la sala Debussy; de subir al escenario y presentarse ante cientos de personas. El día de la première mundial. La sala estaba repleta, aunque sobre todo de público no-profesional (adolescentes con pases especiales, gente de la ciudad con invitaciones), pues la coincidencia con la única proyección de prensa de una película de la  Competencia Oficial boicoteó la presencia periodística en ésta, la primera de sus tres funciones (habrá otras dos en el Mercado).

El sábado fue el gran día, pero no hay que esperar ostentaciones de éxito de parte de Cristián Jiménez, cuyo estilo personal es como el de su cine. Por eso no es extraño que se interesara en adaptar un relato cuyo primer párrafo termina con las frases "(…) Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura".

Gabriela Arancibia y Diego Noguera

La película también abre con la misma idea, aunque reemplaza "literatura" por "ficción". Incluso el afiche  de la película destaca la frase sobre Emilia y Julio, sugiriendo directa y honestamente el universo de Bonsái. Ese tono seco y lacónico de la primera novela de Alejandro Zambra se corresponde con el tono audiovisual de Jiménez como rara vez sucede con dos lenguajes tan diferentes.

Pero más allá del estilo, anunciar que Emilia muere y Julio no, escribirlo entre comillas en el póster, es la manera de abordar el gran desafío de la transliteración de Bonsái: cómo expresar las reflexiones sobre la meta-ficción por otro medio que la escritura. Manteniendo detalles literales y cambiando otras cosas fundamentales (por ejemplo, la estructura temporal, que en el libro es lineal y en la película salta entre presente y pasado), el guión que Jiménez trabajó durante su semestre en la Residencia de Cannes logra mantener el espíritu y dar cuerpo a los cuestionamientos sobre la ficción.

Visualmente, Bonsái desarrolla el estilo de Ilusiones ópticas (el debut en el largometraje de Jiménez), con planos frontales, a menudo de conjunto, que permiten que la acción se desenvuelva entre los cortes, a veces con situaciones secundarias en el fondo. Pero la cámara de Inti Briones también se concentra en detalles, tanto de objetos como de cuerpos, lo que da un ritmo más dinámico y preciso.

Esa precisión es el resultado de un trabajo que también obedece a una lógica minimalista. En lugar de partir, como suele ser el caso, de una maqueta gruesa y luego ir podando y puliendo para acortar, Jiménez y la montajista Soledad Salfate fueron a lo esencial, a un esqueleto básico, para enseguida aumentar y completar lo justo y necesario. Es, en el fondo, el gesto de la novela, que enuncia aquella frase fundamental (tan concisa que cabe en el afiche) antes de explayarse sobre "el resto", eso que es simplemente ficción y que viene a agregar la carne, los nervios y la piel a ese esqueleto.

En Bonsái, esos cuerpos y esos rostros corresponden a los de Diego Noguera y Natalia Galgani, principalmente, que encarnan a los dos protagonistas semi-desencarnados, que se mueven entre una realidad concreta y entra la ficción de sus pequeñas (o grandes) mentiras, su volubilidad juvenil, su falta de perspectiva… todo lo que hace de ellos un proyecto en permanente escritura.

La escritura, se entiende, es un eje central de la acción, sobre todo por la opción de Jiménez de adelantar el conflicto sobre la novela que Julio debe transcribir, y transformarlo así en un hilo narrativo y en un gatillo para la evocación de su pasado. De este modo, la gran mentira que el libro narra en unos pocos párrafos en el tercio final sirve en la película para vehicular la reflexión sobre la ficción. Julio recibe una propuesta de Gazmuri, un escritor reputado, para mecanografiar su manuscrito, ya que el hombre sólo escribe a mano. Sin esperar confirmación, le dice a su vecina y amante que está trabajando con el novelista, y le cuenta el resumen de la obra: un hombre se entera por la radio de la muerte de su novia de juventud. Pero cuando Gazmuri le informa que no lo va a contratar, Julio simplemente adapta la realidad: compra cuadernos iguales a los del escritor, y empieza a escribir su propia novela (él que nunca ha escrito una), que se supone es la novela de Gazmuri. Así, sin saber (él no, nosotros sí) que su novia de juventud también morirá, encuentra en su pasado el material para crear la mentira-ficción de una ficción.

Desde la intención de adaptar un relato muy corto que detrás de la escueta anécdota cuestiona el gesto literario, Bonsái es una obra ambiciosa que enfrenta los retos con sencillez. Es uno de los gratos casos de segundo largometraje en que la idea de "madurar su estilo" no implica en absoluto una pérdida de frescura: si Ilusiones ópticas mostraba ya un gran cuidado técnico, aquí todas las áreas dan prueba de mayor rigor y creatividad.

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