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Kinoforum de San Petersburgo En rodaje

¿El circuito internacional de festivales tiene espacio para otro gran evento más? Depende del espacio que se quiera ocupar. Ésa es la principal pregunta que tiene que responderse a sí mismo el nuevo Kinoforum de San Petersburgo, para poder canalizar acertadamente su enorme potencial. (Foto: Flying Fish)

Por Pamela Biénzobas

¿Vitrina privilegiada para un cine realmente independiente de todo el mundo, o extravagante evento de lujo para promocionar la imagen de una ciudad? Aún en marcha blanca, es el momento crucial para que el Kinoforum de San Petersburgo consolide la primera respuesta y se transforme en un actor importante en el circuito internacional.

En mayo de 2010, con motivo de los 65 años del fin de la II Guerra Mundial, la ciudad de San Petersburgo organizó un "Foro de cine" en torno al tema de la guerra. Bajo los auspicios del cineasta Aleksey German, Presidente del Kinoforum, y la dirección artística del crítico Andrei Plakhov, se concibió un programa híbrido, dirigido a los habitantes locales, que sirvió ante todo para probar (a sí mismos y a los invitados extranjeros) que tenían los recursos para lanzarse en grande. Pues la verdadera intención era un secreto a voces: se trataba de una edición 0 de un nuevo festival que se pretendía instaurar.

La programación era una excusa para un evento que, en esa versión inaugural, para un grupo de invitados más reducido, no escondía su carácter de propaganda oficialista, con una privilegiada agenda de actividades extracinematográficas y un tratamiento fastuoso por parte de las autoridades de la ciudad y de la gobernadora, quien anunció que el encuentro se transformaría en festival internacional anual, bajo una perspectiva de reunir "lo mejor de lo mejor". La ambición implícita era quitarle la posición de puerta de entrada al enorme mercado ruso al festival de Moscú, que si bien en algún momento tuvo un verdadero peso internacional, hoy ha perdido claramente su notoriedad.

Nader y Simin, una separación

Un año pasó y el Kinoforum cumplió su promesa, organizando un verdadero festival en julio de 2011, hacia el final de las Noches Blancas. Esta vez la programación sí pudo desplegarse en una prometedora línea editorial. Plakhov afinó la idea de una selección ya probada (evitándose así el riesgo suicida de tratar de competir por estrenos), constituyendo la competencia central Best of the Best sólo con títulos que han recibido premios, oficiales o Fipresci, en grandes festivales, principalmente europeos. El concepto tiene un interés cierto, especialmente para la industria local, pero menos para los asistentes extranjeros, para quienes no se trata necesariamente de primicias pero sí es una buena oportunidad de ponerse al día. La lista incluía desde Hong Sang-soo (Oki's Movie), Aki Kaurismäki (Le Havre) y Jerzy Skolimowski (Essential Killing) hasta debutantes como Charly Braun, que había ganado el premio al mejor director en el festival de Río de Janeiro con Por el camino y que partió de San Petersburgo con la segunda preferencia del público (tras Kaurismäki). Finalmente, el jurado entregó su Gran Premio a la extraordinaria Nader y Simin, una separación, del iraní Asghar Farhadi, que ya había ganado el Oso de oro en la última Berlinale con su genial uso del montaje y el punto de vista para hacer trizas las nociones de verdad y de honestidad.

Una segunda sección competitiva, New Territories, curada por la crítica Angelika Artyukh, funcionó como complemento, mostrando exclusivamente obras que no hubiesen recibido premios importantes en eventos mayores. Aquí la idea era salir a explorar y compartir descubrimientos, pues aunque ya habían viajado por festivales de cine independiente, en general habían tenido poca visibilidad. El Gran Premio fue para la china Black Blood de Miaoyan Zhang, mientras que Sanjeewa Pushpakumara de Sri Lanka fue elegido mejor director por Flying Fish y el iraní Vahir Vakilifar recibió una mención especial por Gesher. Esos títulos u otros como Littlerock (Mike Ott, Estados Unidos), o La BM du Seigneur (Jean-Charles Hue, Francia), son notables muestras de visiones personales y arriesgadas que merecen efectivamente una mayor difusión, a falta de verdadera distribución.

Black Blood

Más allá de la calidad de la selección y del potencial revelador de New Territories, las dos secciones eran relativamente menos novedosas para los invitados internacionales que algunos de los programas paralelos, como la retrospectiva de cine ruso reciente (presentada por el festival Kintavr), o de autores poco conocidos en el Occidente hoy en día (el ruso Aleqsandre Rekhviashvili y el georgiano Marlen Khutsiyev). Por eso resultó particularmente frustrante constatar que sólo las funciones de las competencias estaban preparadas para espectadores que no hablan ruso, ya sea con subtítulos en inglés en las copias, o la clásica traducción simultánea a través de audífonos.

Lamentablemente, las otras secciones no estaban pensadas para ser vistas por los invitados, pues si eran en ruso, no tenían traducción, y si eran en otro idioma, la traducción simultánea se hacía abiertamente en la sala, bajando la banda sonora para que la voz del intérprete se oyera claramente. Finalmente, había que olvidarse del resto de la programación, que incluía secciones como El cine desconocido de los años 00 (films propuestos por distintos críticos rusos, con El dominio perdido, de Raúl Ruiz; En la ciudad de Silvia, de José Luis Guerín, y otros menos vistos), los documentales sobre San Petersburgo y Helsinki de Northern Lights, retrospectivas de Denis Côté y Naomi Kawase, cineastas asiáticos emergentes en Wind from the East, o la conceptualmente confusa Cinema ready to explode, sobre cine y terrorismo, entre otras.

Ése y otros detalles absurdos (como la falta de organización para los periodistas extranjeros, a quienes se trataba como invitados preferenciales pero no se pensaba que también querrían hacer entrevistas, por ejemplo) son en principio totalmente corregibles y de ellos dependerá en parte la consolidación del evento.

Pero lo más absurdo era el contraste de esas imperfecciones con el derroche en la hospitalidad, que seguramente se transformará en la marca de fábrica, tal como el festival de Dubai es conocido ante todo por su lujo. Es un derroche que por agradable que resulte llega a ser incómodo, y que poco tiene que ver con las películas mostradas, a menudo realizadas con presupuestos mínimos. Así, muchos sonrieron condescendientemente cuando en la ceremonia de clausura el humilde Pushpakumara agradeció su premio con un largo y sentido discurso en el que evocaba entre otros a su madre cocinando para todo el equipo (de voluntarios), a los contribuyentes coreanos por la beca de estudios que tiene en ese país y al productor que se consiguió los 25 mil dólares que costó la película. Por otra parte un director invitado no podía creer que su film fuese a ser mostrado con traducción simultánea en la sala porque sería muy caro poner audífonos, mientras recibía un tratamiento de estrella, e insistía en que prefería que ahorraran en sus cenas.

Alexander Sokurov en San Petersburgo 2011

Pero los recursos de promoción están ahí para eso, y la ostentación es casi un rasgo idiosincrásico por esos lados del mundo. Así, parecía más importante esmerarse en la oferta de actividades culturales y turísticas (irresistible, y a las mismas horas que las proyecciones) y las recepciones fastuosas o tener a todos en hoteles finos, con una flota de autos a disposición cuando se quisiera, que gastar en subtítulos o al menos audífonos para la interpretación simultánea. Tampoco parecía importante promocionar el Metropolis Campus, en que participaron casi 200 jóvenes cineastas de la CEI bajo la dirección de Alexander Sokurov, pero que fue invisible para los invitados del festival, pese a ser una iniciativa muy valiosa para el prestigio del festival.

Es el momento fundamental para encontrar un equilibrio, y consolidar el interés de fondo de una curatoría inteligente, de actividades de formación (se está proyectando la construcción de una escuela de cine de postgrado) o incluso las potencialmente productivas mesas redondas, si se estructuran mejor (hoy suelen acabar en discusiones estériles ajustes de cuentas entre participantes locales). Eso es más importante que la presencia de Nastasja Kinski (en un vago rol de madrina del evento) o de Ornella Muti en el jurado para aportar glamour a las funciones de gala. Es indispensable que las autoridades que están dispuestas a respaldar el evento con importantes recursos se convenzan de que inscribir a San Petersburgo en la escena internacional, asegurarle un real prestigio en el mundo del cine, pasa más por esos aportes que por impresionar a los invitados con su opulencia.

Es indispensable no sólo para los intereses del Kinoforum y de los espectadores de la ciudad, sino para un cine de calidad, a veces demasiado invisible, al que el festival ofrece una nueva vitrina ahí donde Europa y Asia se encuentran.

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