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El biopic ¿Vidas ejemplares?

Adaptar al cine la vida y obra de personajes reales es una vertiente cinematográfica inagotable, pero no está tan claro si este es un género en sí ni si sus límites están definidos. Lo que sí es innegable es que por cada famoso parece haber una película.

Por Joel Poblete

Los recientes sucesos -Oscar de por medio- de El pianista, Las horas y Frida y el estreno de Iris; el lanzamiento en video y DVD de Pollock; los publicitados proyectos en torno a Alejandro Magno y Howard Hughes que prepara Hollywood, Gwyneth Paltrow interpretando a Sylvia Plath (Ted and Sylvia) o la película en la que Kevin Kline encarnará a Cole Porter (De-Lovely)... son sólo algunos ejemplos. Unas más, otras menos, estas cintas siguen confirmando la vigencia del abordar vidas famosas en la pantalla grande, y casi todas son susceptibles de entrar en uno de los terrenos más fecundos y heterogéneos del séptimo arte: el biopic.

Género (¿o subgénero?) seguido y vilipendiado como pocos, el biopic existe desde las primeras décadas del cine. Es cierto, no está tan claro si puede considerárselo un género fílmico en sí, pero ¿qué tan claros están los límites de los géneros hoy en día, cuando una misma cinta puede alternar varios y pasar de uno a otro sin mayores sobresaltos? Tampoco es tan fácil explicar qué es exactamente un biopic, y las dudas pueden surgir desde la denominación en sí: ¿es una mezcla de biography y picture, o de biography y epic? Porque de eso depende el que muchas películas sean biopics o no: si es lo primero, entonces el relato en pantalla grande de cualquier vida real calificaría como biopic, pero si es el segundo se exigiría que sea una historia grandilocuente y "más grande que la vida" sobre un personaje famoso de cualquier época, de las más diversas áreas humanas: ciencia, arte, religión, política, deporte, etc.

Amadeus, de Milos Forman

El biopic da para mucho y puede presentarse en formas diversas: la definición común lo considera una biografía filmada al pie de la letra (incluyendo las distintas etapas y hechos claves de la trayectoria de su protagonista), pero como no hay una norma escrita también puede calificar como tal un vistazo a un momento determinado en la vida de sus protagonistas, que sin ser estrictamente una biografía, arroja luces sobre la existencia del personaje en cuestión. En este sentido, incluso pueden ser aceptados como biopics largometrajes en los que a pesar de cambiar nombres y alterar situaciones, pueden distinguirse factores que revelan cómo bajo la supuesta ficción se ocultan personajes y hechos reales: aquí pueden caber desde El ciudadano Kane de Welles (1941), inspirado en el magnate William Randolph Hearst, a ejemplos como La rosa (1979), personaje de Bette Midler como sucedáneo de Janis Joplin, El último magnate (1976) la ficción de Scott Fitzgerald adaptada por Kazan está inspirada en Irving Thalberg, el famoso productor de la Metro, o la dolorosa autoradiografía de Bob Fosse en All that jazz (1979). Más recientemente, el mundo del glam de Velvet Goldmine (1998) o el hip hop en Calle de las ilusiones (2002), en la que el todo el mundo sabe se asoma la vida real de Eminem.

Los riesgos del biopic

Como a veces ocurre también en la literatura, en el cine los relatos biográficos dan para tergiversaciones que pueden ser tan peligrosas como reveladoras de las intenciones de sus autores/realizadores. Vale decir, o la historia filmada nos presenta sólo los rasgos positivos y edificantes de un personaje, obviando sus caídas y frustraciones y convirtiéndolo en una figura de cartón piedra, o en ocasiones se lo retrata de manera tan negativa que se nos esconden los aspectos que ayudan a matizar su personalidad, lo que habitualmente da para quejas y demandas de sus parientes o descendientes. Entre los primeros, hay casos como el almibarado y hippiento retrato de San Francisco de Asís en Hermano Sol Hermana Luna de Zeffirelli (1972) o El más grande (Monte Hellman y Tom Gries, 1977), primer filme biográfico de Muhammad Ali, protagonizado ¡por el mismo boxeador! (casi un autobiopic) y uno emblemático, reciente y polémico, Una mente brillante (2001) acusado de ocultar los coqueteos con la homosexualidad del protagonista y el momentáneo fracaso de su matrimonio. Entre los "negativos", hay casos como Hilary y Jackie (Anand Tucker, 1998) donde no salió bien parado el esposo de la cellista Jacqueline du Pré. El afamado pianista y director Daniel Barenboim es retratado como un siútico y snob esposo que le fue infiel y sólo supo redimirse en los años finales de la sufrida artista, aquejada de esclerosis. Otro caso es Tina de Brian Gibson (1993) donde se muestra a una maltratada Tina Turner a manos de su marido Ike Turner. Y para terminar, otra disputa conyugal (al parecer caldo de cultivo para cintas negativas), Frida (Julie Taymor, 2002), donde la imagen exageradamente mujeriega de Diego Rivera no dejó muy satisfechos a los familiares del artista.

Es tan complicado lograr un equilibrio, que incluso cuando se intenta mostrar lo bueno y lo malo de una figura histórica, se puede caer en el ridículo. Por más que Oliver Stone contó con un elenco de lujo para su Nixon (1995), y aunque mostró las numerosas falencias y desequilibrios del desaparecido mandatario, el resultado final fue un fallido retrato que muchas veces cae en la caricatura.

En otras ocasiones una película puede influir en un replanteamiento de la figura abordada por parte de la opinión pública: como en Larry Flint: el nombre del escándalo (1996), donde el mismo Milos Forman que supo mostrar como un pelele vulgar y ridículo a Mozart en su Amadeus (1984) (eso sí, desde el punto de vista del envidioso Salieri y basado en la obra teatral del mismo nombre), transforma en un héroe y emblema de la libertad de expresión a un personaje que para muchos sólo era un pornógrafo enemigo de la moral y las buenas costumbres.

Larry Flynt, el nombre del escándalo, peculiar biopic del creador de Hustler

En verdad esta es una de las facultades más atractivas y riesgosas del biopic: redimensionar la idea que se tiene de una figura pública. Si no que lo digan Joan Crawford, admirada como actriz pero delatada en su enrarecida maternidad por Mamita querida (Frank Perry, 1981); o gente como James Whale y Francis Bacon, cuyas facetas homosexuales son puestas en relieve en Gods and monsters (Bill Condon, 1998) y Love is the devil (John Maybury, 1998), respectivamente.

Pero no todo es negativo, porque su imagen también puede ganar puntos tras pasar a la pantalla: para muchos Ed Wood era un cineasta mediocre y ridículo, y tal vez lo haya sido realmente, pero la pasión e ingenuidad que puso en su trabajo lo reflejan como un ser humano conmovedor, gracias a la película de Tim Burton, que no esconde sus defectos o rarezas y prefiere asumirlo con ellas. Algo muy parecido al Jake La Motta de Toro Salvaje (1980), al que Scorsese y De Niro dotan de una humanidad –con todas sus caídas a cuestas- que permite al espectador entender su comportamiento.

Estos casos contrastan con aquellos en que los cineastas se quedan en los lugares comunes y el lado más externo de sus sujetos, como el citado Stone en The Doors (1991) ¿alguien puede decir que conoció o entendió mejor a Jim Morrison después de verla? (que sin embargo entretiene, hay que reconocerlo), Richard Fleischer en Ché! (1969) (¡con Omar Sharif interpretando al Che Guevara y Jack Palance encarnando a Fidel!) o la preciosista visión de Pollack para la novelesca vida de Isak Dinesen en Africa mía (1985). Por no mencionar las biografías de un fanático del género, Ken Russell (por sus manos han pasado Tchaikovsky, Mahler, Liszt y Valentino) o el deslavado y superficial Rimbaud que Agnieszka Holland mostró en Eclipse total (1995).

No podemos concluir sin recordar cómo el biopic muchas veces ha ayudado a inmortalizar las existencias de personas comunes y poco conocidas por el público masivo, que destacaron por hechos particulares. Para comprobarlo, ahí están Norma Rae, Silkwood, Nacido el 4 de julio, Los muchachos no lloran o Erin Brockovich, entre muchas otras.

Eso sí, el biopic ha sido mayormente patrimonio del cine hollywoodense, por más que existan intentos en otras latitudes: por ejemplo, en Francia hay ejemplos que van del Napoleón de Abel Gance al Dantón de Andrezj Wajda y la Camille Claudel de Bruno Nuytten, en Rusia Eisenstein se atrevió con Iván el terrible y Tarkovsky con Andrei Rublev, y desde Italia han llegado Giordano Bruno o Salvatore Giuliano. Sin ir más lejos, en México, Ripstein hizo La reina de la noche sobre una famosa cantante mexicana, en Argentina tuvieron Eva Perón y Tango feroz, y hace un par de años realizaron un fílmico homenaje post mortem al joven y prematuramente desaparecido cantante Rodrigo. Por acá nosotros tenemos un buen ejemplo en el ya legendario El chacal de Nahueltoro.

Regalones del Oscar

El género ha demostrado ser un buen imán para los premios. Por si cupiera alguna duda de la importancia del biopic en la historia del cine estadounidense, basta con comprobar que en los 75 años de historia del Oscar, alrededor de 140 películas incluyendo personajes de la vida real han obtenido nominaciones en distintas categorías. De ellas, 15 han ganado como Mejor Película contando historias, maquilladas o no, en las que los protagonistas eran figuras históricas o personajes reales: El gran Ziegfeld (1936), La vida de Emilio Zola (1937), Lawrence de Arabia (1962), La novicia rebelde (1965), Un hombre para la eternidad (1966), Patton (1970), Carros de fuego (1981), Gandhi (1982), Amadeus (1984), Africa mía (1985), El último emperador (1987), La lista de Schindler (1984), Corazón valiente (1995), Shakespeare apasionado (1998), Una mente brillante (2001). Es cierto, en rigor algunas de ellas no califican como biopics, pero aquí cabe de todo: desde un musical que edulcoró una historia real, hasta el academicismo más eficiente y el espectáculo más desbordante, pero si nos ponemos más exigentes en lo cinematográfico, tan sólo las realizaciones de Lean, Schaffner, Bertolucci y Spielberg arrojan un espesor más contundente en la dimensión filmada de sus personajes famosos.

Una mente brillante, el biopic modelo del Oscar

Obviamente, a la hora de recibir Oscar, los más beneficiados por el biopic han sido los actores y actrices, ya que cerca de 50 de ellos han conseguido finalmente la estatuilla. Acá también el abanico es variado: el pantagruélico Enrique VIII de Charles Laughton, la candorosa Bernadette de Jennifer Jones, el imperturbable Tomás Moro de Paul Scofield, el soberbio Patton de George C. Scott... Incluyendo al sufrido Wladyslaw Szpilman de Adrien Brody, y Nicole Kidman y su nariz interpretando a una monocorde Virginia Woolf en Las horas, los más recientes miembros del club de los ganadores.

Y de seguro seguirán más en el futuro. Porque el biopic es terreno fértil para grandes actuaciones, y también grandes sobreactuaciones. ¿Qué actor puede resistirse a encarnar a un personaje histórico? Pero es siempre un riesgo, incluso para los grandes: Anthony Hopkins fue elogiado como C.S. Lewis, pero obtuvo críticas mixtas cuando fue Nixon o Picasso. Y el desafío es doble cuando el personaje sigue vivo, como pueden atestiguarlo intérpretes como Susan Sarandon, Julia Roberts, Jim Broadbent o Jennifer Connelly, por citar a triunfadores de los últimos años.

Publicado el 01-05-2003

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