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Gene Wilder (1933-2016) La sonrisa torcida del Dr. Fronkonstin

"La chica de rojo", "Frankenstein Jr." y "Charlie y la fábrica de chocolates" fueron los pilares en la consagración de un comediante nato.

Por Andrés Nazarala

Lo que salvó a La chica de rojo (Gene Wilder, 1984) de ser un desastre –o lo que hace que aún la recordemos- son el guiño a la Marilyn Monroe de La comezón del séptimo año (1957, de Billy Wilder -sin ninguna relación familiar con el comediante-), la sensualidad despampanante de Kelly Le Brock y de Gene Wilder, el actor. Sí, todo Gene Wilder. Sus ojos saltones, su gestualidad hilarante y esa debilidad por la carne que de alguna manera nos resultaba familiar en estas latitudes (el factor Porcel). No hay duda de que con otro actor esa película no hubiese tenido la misma eficacia. Porque Wilder, quien murió la semana pasada a los 83 años de edad, era de esos comediantes capaces de despertar risas con una simple aparición.

Gene Wilder y Peter Boyle en Frankenstein Jr. (1974)

Revisando su historia comprendemos el motivo: a los ocho años un doctor le aconsejó que aprendiera a hacer reír a su madre enferma. El afecto y el terror ante la pérdida fueron su escuela pero tardaría en encontrarse con el cine. Estuvo en el ejército –donde, según su biografía, fue discriminado por ser judío- y tuvo un par de incursiones sobre las tablas. Hasta que consiguió un papel menor como rehén en Bonnie and Clyde (Arthur Penn, 1967), esa película que adelantó los aires refrescantes del Nuevo Hollywood.

Pero lo mejor que le pudo pasar a Wilder fue conocer a Mel Brooks, quien potenció su comicidad natural. Interpretó al abogado Leopold Bloom en Los Productores y posteriormente actuó en Locuras en el Oeste, El Mejor Amante del Mundo, y la obra maestra de Brooks, Frankenstein Jr. Su interpretación del Dr. Frederick "Fronkonstin" –que pronuncia así su nombre para evitar ser relacionado con el célebre Dr. Frankenstein, su abuelo-, es imborrable. 

Woody Allen también reconoció ese talento para componer ¿Qué es la sodomía?, el episodio más gracioso de Todo lo que usted siempre quiso saber sobre sexo (pero nunca se atrevió a preguntar) (1972) donde un campesino armenio consulta a un médico (Wilder) porque está enamorado de una oveja. El problema para el campesino, sin embargo, no es esa pasión animal sino que Daisy, la oveja, ha dejado de quererlo. Aunque el circunspecto doctor lo cree un loco e intenta expulsarlo de su consultorio, cuando conoce a Daisy, se ve repentinamente seducido y enamorado… Wilder hacía parecer de lo más natural aquello que nos resulta imposible. Ese humor sin concesiones en pleno territorio del absurdo, lo llevó también a protagonizar una versión cinematográfica de El Rinoceronte (Tom O’Horgan, 1974) de Ionesco.

Wilder y Daisy en una fogosa escena de Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), de Woody Allen

En los 80 y 90 formó dupla con el gran Richard Pryor, quien encontró en el cine un medio para desprenderse del culto subterráneo que había alcanzado con sus arrojadas rutinas sobre racismo. Locos de remate (Sidney Poitier, 1980), Ciegos, sordos y locos (Arthur Hiller, 1989), No me mientas que te creo (Maurice Phillips, 1991) y sobre todo la primera, El expreso de Chicago (Arthur Hiller, 1976), una parodia hitchcockiana cuya secuencia de Pryor enseñándole a Wilder a ser negro, está entre las secuencias más jocosas de las llamadas buddy movies (las películas de amigos). Infaltables en los videoclubes durante los años 80, la cintas de la dupla Pryor y Wilder son comedias poco sofisticadas que, sin embargo, forman parte de una era generosa en humor escapista y carente de remates morales (el factor Sandler).

Pero a Wilder lo recordamos también como el Willy Wonka bueno (el malo sería Johnny Depp) en la versión original de Charlie y la fábrica de chocolates (Mel Stuart, 1971), una adaptación camp y psicodélica del libro de Roald Dahl. Hay algo insabiblemente siniestro detrás de esos decorados de cartón y los rostros fatigados de los Oompa Loompas. Dicen que no fue fácil encontrar enanos en Munich, donde el film fue rodado, porque los nazis habían exterminado a miles de personas pequeñas décadas antes. Una trivia escalofriante que funciona acaso como parangón de la fascinante ambigüedad del actor, un comediante que siempre matizó el humor con pinceladas de extrañeza y alienación.

 

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