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Rotterdam 2010 Riesgo seguro

Con momentos de emoción, de descubrimiento y también alguno de decepción, el festival holandés –con una importante presencia femenina en esta versión- una vez más cumplió con la promesa de no prometer nada, sino proponer de todo. (Foto: Mundane History)

Por Pamela Biénzobas

Rotterdam tiene siempre algo a la vez reconfortante e inquietante; un aire tan familiar como sorprendente. Como si uno supiera siempre a qué atenerse, desde el momento en que se resigna a esperar cualquier cosa. Abandonando la pretensión de un destino fijo, se puede sentir la seguridad de dejarse llevar a ojos cerrados por la corriente, a condición de estar dispuestos a llegar a una orilla rocosa, verde, suave o espinuda.

Pues aunque haya ciertas tendencias más o menos recurrentes, la programación está abierta a todo, y el público devora con igual curiosidad desde los títulos más conocidos hasta obras experimentales, y también trabajos que pueden parecer consensuales pero reciben aquí otra mirada. Por ejemplo, este año el premio popular (por las notas asignada por los espectadores a la salida de cada función) recayó en la española Yo, también (ver entrevista), de Álvaro Pastor y Antonio Naharro, apreciada en España sobre todo por su temática emotiva y humana, pero cuyo valor también reside en el tratamiento elegido por los realizadores.

Aunque una estadía corta por la 39ª edición (del 27 de enero al 7 de febrero) no permitió ver la totalidad de los candidatos de la sección competitiva de los Tigers (una quincena de primeras o segundas obras que optan a tres premios paralelos y equivalentes), la variedad era evidente. Con una masiva participación de realizadoras (que se hizo notar también en los premios con dos de los tres ganadores), la selección también propuso una amplia gama de mundos femeninos explorados a través de formas y miradas muy diversas.

La Vie au ranch

Comedia post-adolescente sobre chicas burguesas francesas, La Vie au ranch, de Sophie Letourneur, cae en el error demasiado típico de creer que el público ya está conquistado, y que sus personajes van a importarle al espectador tanto como le importan a su obviamente seducido realizador. Al no hacer el esfuerzo de cautivar, difícilmente interesará a quienes no se sientan particularmente identificados con un grupo de veinteañeras acomodadas y despreocupadas; ello a pesar de la frescura y el ritmo ameno.

Mucho más duro, en cambio, es Les Signes vitaux, igualmente centrado en torno a una joven acomodada. Sus cuestionamientos, sin embargo, son más graves: huérfana desde la infancia, al comienzo de la película pierde a su abuela, su último pariente. Sin necesidad de trabajar gracias al legado de sus padres, posterga sus estudios y encuentra un sentido en la entrega al otro, pasando cada vez más tiempo en el hogar de cuidados paliativos donde murió su abuela. Formalmente clásico, el trabajo de Sophie Deraspe comienza como un drama reconfortante pero luego va sutilmente adoptando una postura osada: si la protagonista aparece como una chica perfecta y altruista, poco a poco la película la cuestiona y fustiga con dureza.

También realizada por una mujer, y tratando un universo (peculiarmente) femenino, Automne Adagio, de Inoue Tsuki, deja una extraña sensación de incomprensión de una pregunta básica: ¿para quién está hecha la película?, ¿cuál es su público? Una monja japonesa se confronta a su feminidad y a su reprimida sensualidad en una historia que al comienzo parece irónica, pero luego se siente que se toma bien en serio… Demasiado en serio.

My Daughter

Más dura, pero también más vista, es la postura de la malaya Charlotte Lay Kuen Lim, My Daughter, sobre una adolescente, hija de madre adolescente, que quiere vivir de acuerdo a su edad en lugar de invertir los roles y tener que cuidar ella de su irresponsable mamá. Una imagen algo sucia, un minimalismo en la acción, seguida de cerca y pacientemente por la cámara, transmite finalmente la sensación de una película inflada, tanto en su duración como en su consistencia.

De los tres recompensados por los premios Tiger, no pude ver Agua fría de mar, de la costarricense Paz Fábrega, sobre el impacto que provoca en una joven pareja de novios el encuentro con una niña de 7 años que se fugó de casa. La segunda ganadora, Mundane History, fue sin duda una de las experiencias más curiosas del programa. La tailandesa Anocha Suwichakornpong no deja de recordar a su compatriota Apichtapong Weerasethakul en su manera de combinar lo cotidiano con lo místico, o en cierta forma de integrar lo trascendente a lo cotidiano. Mezclando temporalidades, la película se centra en un amable enfermero y en el paciente al que cuida: un joven inválido amargado. La cámara atraviesa espacios, tonos y tiempos con notable fluidez, hasta que de pronto, con sorprendente naturalidad, la imagen se va haciendo abstracta e hipnótica para desembocar en una implosión que parece conectar los fragmentos de vida individual con una reflexión cosmogónica que, como suele suceder con Weerasethakul, se siente tan críptica como simple.

Alamar

El tercer premio Tiger fue para Alamar, del mexicano (nacido en Bélgica) Pedro González Rubio. Confirmando que las categorías de ficción y documental tienen bien poco sentido, la película sigue la experiencia del hijo de una pareja internacional e intercultural: tras algunos años de felicidad, la italiana –y citadina- Roberta y el mexicano –y acostumbrado a la naturaleza- Jorge no logran conciliar sus costumbres y necesidades diferentes, y se separan. El pequeño Natan vive con su madre en Europa, pero va a pasar una temporada con su padre en la voluptuosidad y la soledad del mar. Los paisajes suntuosos no se contentan con ser un adorno, sino que transmiten las sensaciones de sus personajes, permiten comprender sus elecciones y hesitaciones.

Es precisamente lo que no consigue (¿no busca?) Let Each One Go Where He May, de Ben Russell, igualmente en la carrera por los Tiger, y uno de los buzz actuales del circuito festivalero indie. Venido del mundo de las artes visuales, Russell acompaña de cerca una jornada en la vida de dos hermanos en Surinam. Ejercicio etnográfico preciosista, construido en diez planos-secuencia, su belleza hipnótica es indudable. Pero aunque los protagonistas estén permanentemente al centro, la mirada pareciera pasar por encima de ellos, sin darles una voz protagónica (los diálogos probablemente son triviales, pero el no subtitularlos se siente por momentos como desdén).

Al otro extremo, Tsubota Yoshifumi hace de su protagonista el alma total de Miyoko (Miyoko Azagaya kibun). El biopic recorre décadas de la vida y obra del autor del manga epónimo, Abe Shinichi, buscando transponer en el cine las formas de ese arte, sin temer a la sobrecarga. Recurriendo al dibujo y a la voz en off, es una suerte de American splendor (de Shari Springer Berman y Robert Pulcini, 2003) nipón, finalmente sombrío y duro.

En memoria

Hace nueve años, entre los ganadores de los Tigers, se encontraban los uruguayos Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, dos debutantes veinteañeros que encantaron con una película fresca, honesta y cálidamente irónica: 25 watts. Luego, durante esos nueve años, ya transformados en treintañeros, la dupla creó una segunda película conjunta, la excelente comedia melancólica Whisky (2004), que los consolidó como grupo creativo y que poco a poco permitió lo impensable: que hoy se hable de cine uruguayo. Y también, desgraciadamente, esos nueve años vieron a Rebella decidir morir.

Hiroshima

Por todo ello, Hiroshima, primera película de Pablo Stoll tras el suicidio de su amigo en 2006, fue un reencuentro conmovedor con su cine. Pero también lo fue porque tras el punzante sentido del humor y la distorsión espacio-temporal se teje una historia burlescamente enternecedora, centrada en Juan Andrés, hermano del realizador. Stoll explicó que Hiroshima fue concebida desde un comienzo, cuando Rebella aún vivía, como un proyecto individual, por lo tanto, tremendamente personal. La relación con su protagonista es perturbadora. Si a menudo podría parecer burlona y ridiculizadora, es obvio que cuenta con su connivencia absoluta. Stoll retrata a su familia con amor inclemente. Una información anecdótica para ilustrar el tono de Hiroshima es que al comienzo hay un pasaje totalmente absurdo en que Juan Andrés gana un sorteo televisado para el que lo inscribieron sus padres, y cuyo premio es un trabajo en la compañía ferroviaria nacional. Pablo Stoll contó que todo eso sucedió tal cual.

El encuentro con el público después de Hiroshima fue un momento especial. Alguien tuvo el desatino de preguntar (como si realmente esperara una respuesta) por qué se suicidó Rebella. Y Stoll tuvo el tino, la inocencia y la generosidad de hablar de la tragedia con total naturalidad.

Otra bomba emotiva durante el festival fue el estreno mundial de Vapor Trail (Clark), de John Gianvito. Primera parte de un proyecto sobre las catastróficas secuelas (sanitarias y ambientales) de la presencia de bases militares estadounidenses en Filipinas, el relato en profundidad de cómo algunas vidas carecen de todo valor y dignidad frente a quienes tienen el poder bastaría para remecer los sentimientos del más cínico. Por otro lado, en el primer festival de Rotterdam después de su asesinato en Filipinas, el recuerdo de los críticos Alexis Tioseco y de Nika Bohinc estaba más vivo que nunca, en el ambiente y en la película. Pero además la proyección tuvo lugar apenas unos días después de la muerte del historiador estadounidense Howard Zinn. Además de ser el narrador en off de este último documental, el intelectual fue la base del aclamado Profit Motive and the Whispering Wind, el anterior trabajo de Gianvito.

Vapor Trail

Aparentemente montado con premura, el documental peca por momentos de una falta de fluidez en el entrelazamiento del retrato de situaciones y víctimas actuales e individuales, con un panorama más amplio e histórico. El gran respeto de Gianvito por sus personajes, dándoles mucha voz y pantalla, combinado con una insuficiente distancia al momento de cortar, resulta en una cierta reiteración y una melodramatización perjudicial.

La película termina con una canción de Lav Diaz, de quien se mostró en el festival Butterflies Have no Memories, su más reciente película, premiada en la sección Orizzonti de Venecia 2009. En un formato más corto que de costumbre (casi una hora), Diaz vuelve a abordar, con su estilo naïf y dramático, los conflictos y absurdos de la sociedad filipina. Una comunidad vive en los recuerdos de otros días, cuando una mina les daba empleo y pertenencia. El jefe, emigrado con su familia a Canadá, ya está muerto. Su hija vuelve, ya una joven adulta, para reencontrarse con la gente con que creció. La distancia de su destino occidentalizado y libre, y el de sus antiguos compatriotas, limitados por la pobreza y las obligaciones, refuerza la sensación de ser una extranjera en la tierra que quiere considerar la suya. Entretanto, el antiguo jefe de seguridad, que pese a los años no ha podido superar la pérdida de su trabajo y de su status, cae en la desesperación. La ausencia de un discurso inconformista o alentador a través de algún personaje hace que este nuevo melodrama social (siempre desadornado y seco) sea aún más desesperanzado que de costumbre.

Rhur

Otro nombre consagrado en los círculos independientes es el estadounidense James Benning, conocido por su trabajo, desde hace casi 40 años, de rigurosa observación del paisaje natural y humano. En su nuevo título, Ruhr, Benning instala la cámara (digital, en lugar de 16mm como siempre) en el valle alemán del mismo nombre para captar sus característicos e hipnóticos planos fijos. Su primera película realizada totalmente fuera de los Estados Unidos sugiere, a través de largas tomas de un túnel, de la limpieza de una escultura moderna, del aeropuerto o de la industria del acero, una región en que la máquina parece ser parte de la naturaleza.

Si la forma de Benning, tan simple como exigente, invita al espectador a entrar, pocos accesos abrió a su trabajo el artista visual corso Ange Leccia. El autor de interesantes y provocativas instalaciones audiovisuales decepcionó con su primer largometraje para salas, Nuit bleue. En un terreno a medio camino entre lo narrativo y lo experimental, la película adopta finalmente una estructura más bien clásica, abordando un conflicto separatista y una historia de seducción, pero con una forma que resulta ineficaz.

Decepciones puede haber muchas en Rotterdam, de eso no cabe duda. Pero es parte del juego. Es parte de las "gracias", pues es inherente al riesgo. Por eso puede parecer paradojal que se trate de un festival tan reconfortante, que da la sensación de irse a la segura. Es la seguridad de la sorpresa, del riesgo, del cuestionamiento y de la discusión, y no la de la calidad cierta (o mejor dicho consensual) o de los nombres seguros y sacralizados. El que busca no siempre encuentra, pero goza del placer y de la esperanza de la búsqueda… y de vez en cuando de verdaderos grandes encuentros.

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