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San Sebastián 2013 (2) Ordenando el caos

Desde la pompa sobredramatizada, el delirio o la sencillez, tres directores de muy distinto estilo y trayectoria (Villeneuve, Gilliam y Jurgiu) abordan la eterna "tensión entre caos y orden".
(Foto: The Zero Theorem)

Por Pamela Biénzobas desde San Sebastián

"Chaos reigns" (el caos reina) decía un zorro en una inolvidable escena de Anticristo de Lars Von Trier. Para algunos esos segundos confirmaban que se trataba de una obra maestra. Para otros, era un chiste. Por mi parte, recuerdo que la risa me brotó del fondo del alma... si es que existe aquello que llamamos alma. Quizás sólo haya un caos por ordenar. ¿O acaso el caos no es otra cosa que un orden desconocido?

Jack Gyllenhaal por dos en Enemy, de Denis Villeneuve

Como sea, la tensión entre caos y orden parece ser una fuente de inspiración en estos caóticos tiempos que corren. Aunque la inspiración no es igual de generosa con todos. En competencia oficial, Enemy, del canadiense Denis Villeneuve, abre pomposamente con una cita de El hombre duplicado de José Saramago: "el caos es un orden por descifrar". Pero rápidamente la adaptación de la novela del autor portugués también hace preguntarse si lo que estamos viendo es un chiste. En este caso no hay zorros, sino arañas. Sin embargo, no basta con citar visualmente a la escultora Louis Bourgeois ni filmar en Toronto como David Cronenberg para que la metáfora sea lograda y digna. Lo otro que hay en el film doblemente protagonizado por Jake Gyllenhaal es música; mucha música dramática, pesada, insistente, a menudo gratuita, para tratar de suplir así la(s) falta(s) de un guión que no aprovecha ni desarrolla un material de un potencial infinito.

El perro japonés

Más coherentemente caótico, The Zero Theorem, de Terry Gilliam (en la sección Perlas, tras su paso por Venecia), transforma los cuestionamientos existenciales sobre el (sin)sentido de la vida, el concepto de alma y el caos como principio regidor en una fantasía de anticipación visualmente profusa y narrativamente delirante. El nivel está muy lejos de Brazil, pero a pesar de las imperfecciones y desequilibrios, la película funciona en su propia lógica disparatada, en una credibilidad que no pretende ser verosímil. Dentro del estilo excesivo, casi barroco del film, la actuación de Christoph Waltz sostiene de principio a fin el interés y la implicación incluso emocional que puede suscitar la historia de Qohen Leth, un hombre patético al borde de la locura, cada día más alienado social y físicamente debido a su espera obsesiva de una llamada telefónica que, cree él profundamente, le explicará por qué y para qué está en este mundo. Mientras, trabaja para la empresa del (literalmente) camaleónico Matt Damon, que lo asigna al proyecto del "teorema cero", para comprobar científicamente la nada existencial. 

Finalmente, en su registro mucho más convencional y concreto, El perro japonés (Câinele japonez, del rumano Tudor Cristian Jurgiu), con toda modestia también trata de cómo tratar de restablecer un orden tras el caos. En esta ocasión, el que ocasiona un desastre natural. Lo que al comienzo parece repetitivo, y efectivamente puede resultar un poco insistente, pronto va agregándose y levantando un edificio dramático sencillo pero sólido, para presentar a Costache, quien perdió todo, incluyendo a su mujer, en las inundaciones que arrasaron con su aldea. Sobreviviendo y reconstruyéndose sin quejarse gracias al tejido social y administrativo de la comunidad, no supo cómo avisarle a su hijo, que vive en Japón. Cuando casi por casualidad se entera, viaja con su esposa y niño a visitar a su testarudo padre. La sencilla ópera prima no ofrece propuestas formales o dramáticas originales, pero cumple con sobriedad todo lo que promete. Y, cuando se hace bien y honestamente, con eso puede bastar.

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