Columna Semanal

Restos de coeur El cine como liberador de la palabra

El cómico Coluche -un reconocido actor, humorista y activista social francés que incluso postuló a la Presidencia de la República- creó en los años 80 una organización caritativa para distribuir comida a los más pobres. Con el paso del tiempo, la organización también desarrolló otras actividades, entre las que se cuenta la exhibición de películas. Nuestra compañera Pamela Biénzobas participa activamente de esta iniciativa, y acá nos relata lo enriquecedor que ha sido esta experiencia.

Por Pamela Biénzobas

A fines de noviembre, la proximidad del invierno en el hemisferio norte llega acompañada de varios signos inequívocos e insoslayables. Los días, a menudo fríos y grises, se hacen cada vez más cortos; la oscuridad vespertina empieza a iluminarse con decoraciones navideñas de mejor o peor gusto, públicas y privadas; las quejas masivas sobre la crisis económica y la situación "desesperada" de la clase media y media-alta que ve disminuir su poder adquisitivo contrasta singularmente con la fiebre consumista que anticipa la Navidad. Y para no dejar duda de que viene "esa época del año", las campañas anunciando los blockbusters de las vacaciones de invierno empiezan a machacar desde ya para asegurarse un lugar en las agendas de actividades familiares de fin de año.

Pero hay otro "ritual" de fines de noviembre, menos alegre y en que los motivos de queja son bien reales: es la época en que las organizaciones solidarias comienzan sus "campañas de invierno", pues aunque se mantengan activas durante todo el año, es a partir de ahora, y durante seis meses, que movilizan todos sus recursos. Quienes se interesan por lo que pasa a su alrededor ya habrán notado que es el momento en que los "bancos de alimentos" recolectan víveres en los supermercados durante dos días, y en que los noticieros dedican un cierto espacio a instituciones como los "Restos du cœur" (Restaurantes del corazón) la gran obra que el cómico Coluche creó en 1985 para distribuir comida a los más pobres, pensando que sería una acción pasajera. Casi treinta años después, no deja de aumentar la cantidad de personas que dependen de ella para sobrevivir.

Coluche en Tchao Pantin (1983) de Claude Berri

¿Qué tiene eso que ver con el cine? Pues en principio nada, excepto para algunas personas entre las que me cuento desde el año pasado. Recién entonces me enteré de una de las acciones menos conocidas de los "Restos": las actividades culturales y recreativas, entre ellas los "encuentros en el cine", y me integré al equipo de animadores de las funciones organizadas los sábados por la mañana para los beneficiarios de la asociación.

Animar encuentros con el público es para mí una de las actividades más gratificantes de lo que considero como derivaciones de la actividad crítica. Acercar el cine al espectador; tratar de tender puentes, de despertar un interés, de favorecer la aprehensión de la obra, le da un sentido real y concreto a esa posición a veces tan abstracta del ejercicio crítico.

La mayoría de las veces, como en los debates en festivales de cine (normalmente moderando un intercambio con el director o un representante de la película) o en una función de cine-club, el objeto central es y tiene que ser el cine. Incluso volver a encarrilar el tema es una de las tareas recurrentes, pues el público, incluso experto, tiende a desviarse hacia aspectos secundarios, anecdóticos y a veces personales. Estamos allí para hablar de cine y para incitar a los espectadores a expresarse, pero de manera pertinente y constructiva.

En otras ocasiones, el encuentro en torno a una película tiene un doble objeto: el cine en sí y el discurso acerca del cine. Es el caso de las actividades con profesores de distintos ramos que luego trabajarán sobre la obra con sus alumnos, y sobre todo de los debates con estudiantes, de secundaria o de cine. El propósito es hablar de cine, aprender de cine, y también aprender a hablar de cine; a mirar y a expresar un punto de vista, lo que suele comenzar por el simple hecho de atreverse a tomar la palabra delante de los demás.

En fin, existen otros ejemplos, con públicos extremadamente diversos, que tienen en común el hecho de que el cine es un vehículo para una finalidad última particular: liberar la palabra. No es que sea un mero instrumento. Al origen de iniciativas de ese tipo se encuentra la pasión por el cine, el deseo de compartirlo, de permitir a la mayor cantidad de personas acceder a él, y la convicción profunda de que puede despertar emociones, ideas, sueños y reacciones que permitirán liberar esa palabra, a veces completamente callada.

Una de las experiencias personales más fuertes al respecto fue una conversación con un grupo de prisioneros de una cárcel belga que habían participado en un jurado para el festival de cine "del mundo" Mooov, viendo la competencia en el penal para luego otorgar un premio que obviamente sería anunciado en una ceremonia en la que no participarían. Cuando me hablaron de ese encuentro (entre el jurado y tres críticas de distintos países que participábamos en un "retiro" durante el festival), me sentí tremendamente incómoda: temía acabar haciendo "turismo penitenciario" de intelectual biempensante. Sin embargo, la iniciativa resultó ser de una riqueza tal, y organizada con tal respeto, que el diálogo fue insospechadamente intenso para todos. Que un prisionero hable con tanta pasión de su descubrimiento de otras cinematografías y otras formas de concebir el cine, distintas de los blockbusters, y comente sin el menor pathos que espera a su salida poder seguir viendo cine independiente y de horizontes lejanos, sólo puede reforzar la pasión que sentimos todos por este arte y la convicción de que puede abrir y abrirnos nuevos mundos. Que puede liberar la mirada, el espíritu y, en consecuencia, la palabra.

Por todo eso, animar funciones para los "Restos du cœur" ha sido uno de mis desafíos más fuertes en este ámbito. Más que en cualquier otro de los casos comentados, la complejidad y la delicadeza de la tarea la llevan hacia un ámbito que poco tiene que ver con los conocimientos sobre cine (de hecho, los demás animadores son casi todos actores). No es en absoluto a causa del "tipo" de público, pues no solamente sería moralmente aberrante sino también factualmente erróneo generalizar de manera reductora (precisamente se constata cada vez más la extensión de los perfiles socioculturales entre quienes recurren a organizaciones solidarias), sino que es justamente su diversidad una dificultad añadida.

Las motivaciones para entrar en la sala son múltiples –muchísimo más que en un cineclub, un festival o una clase– y todas legítimas. Pueden ir desde ver esa película específica por un interés particular, hasta pasar un par de horas en un lugar cómodo y calefaccionado (no son pocos quienes llegan con sus mochilas y todas sus pertenencias), o simplemente llevar a los niños a ver la película de moda y que no se sientan marginados en el colegio cuando todos hablen de ella, o ir a un lugar donde, con el tiempo, reconoces a los voluntarios a cargo del funcionamiento, o a otros asistentes regulares, y ellos también te reconocen. Ser reconocido. Ser escuchado. Para muchos, es algo que ya ni recuerdan. Si bien como en todo público están los que quieren monopolizar el micrófono y piensan que son los únicos que tienen algo interesante que decir (finalmente, hay ciertas dinámicas inherentes a cualquier reunión de individuos), en estos casos la parte de incitar a tomar la palabra no pasa tanto por ayudar a vencer la timidez, sino con hacer comprender a alguien que quizás lleva años sintiendo que su voz ya no tiene valor, que ahora sí su palabra vale tanto como la de cualquier otro asistente.

Esa palabra puede ser confusa e incoherente, y exasperar a otros participantes de mayor lucidez o nivel cultural, que quisieran "elevar" el nivel. A veces puede transmitir una apreciación horrorosa desde un punto de vista crítico, y entonces hay que reprimir los reflejos para que ninguna opinión se sienta censurada, para que nadie se sienta menos por sus gustos o su (falta de) comprensión. Excepto, claro, cuando la opinión es odiosa y violenta –como puede suceder con un panel de políticos o académicos– y el verbo "moderar" el debate adquiere todo su sentido. Esa parte, tal como hacer callar a los desordenados para que no interrumpan a los demás, es ingrata y desagradable. Por lo demás, a veces la película misma puede ser una producción comercial sin interés, que hace pensar en todas las otras cosas que uno podría estar haciendo un sábado temprano por la mañana.

Pero si la proximidad del invierno es ahora para mí un sinónimo de la proximidad tan anhelada de nuevas funciones para los "Restos du cœur" (y me hace querer compartirlo en este espacio), es que ayudar a alguien –aunque sea a una persona– a liberar, gracias al cine, su palabra enmudecida por la adversidad, es probablemente la mayor satisfacción que este arte me ha regalado fuera de la pantalla.