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La danza de la realidad Padre e hijo

Estrenando en Cannes, con inusitado éxito de taquilla en los circuitos alternativos del cine del mundo entero, superando en Chile los 25 mil espectadores, y ganador del premio del público en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (que culminó este fin de semana), regresó Alejandro Jodorowsky a la dirección cinematográfica tras un cuarto de siglo sin rodar un film. En este texto, Colectivo Miope analiza cómo "La danza de la realidad" no sería más que la cristalización de las cuentas pendientes que Jodorowsky a través de distintos medios ha ido saldando con su padre Jaime. Un acto de psicomagia en pantalla grande.

Por Colectivo Miope

Dos ideas que constantemente afloran en el trabajo de Alejandro Jodorowsky son la redención mediante un periplo trepidante nutrido de imaginación y referencias y la búsqueda de un sentido asociado a la trascendencia plena. Ambas ideas claramente abstractas e irrelevantes para quien aún se encuentra sorteando las necesidades básicas, pero universales y típicamente humanas para aquellos que no se conforman simplemente con asumir la vida y la muerte en su más elemental y calmo sentido… Algo que sí hace Jaime, el padre de Jodorowsky, protagonista en esta película. Pero ¿lo asume así sin más?

Muchas de las inquietudes predominantes a lo largo de la vida conocida del autor han sido referenciadas por él mismo a su infancia; a cómo su padre, ateo militante, le transmitió la imposibilidad de una trascendencia material (e inmaterial por añadidura). A falta de esta –de la idea, inoculada a punta de violencia física y psicológica– Jodorowsky exploró (usando como soporte el teatro, el comic, el cine, la psicomagia, etc.) la espiritualidad en su máxima expresión, asimilando influencias de múltiples religiones y tendencias metafísicas. Pero pareciera ser que no fue tanto el implacable método formativo del padre que Jodorowsky re-presenta sino posiblemente el vacío existencial resultante del dogma el que le marcó y motivó a llegar al arte sanador del que en varias ocasiones se ha referido. ¿Sanador de qué? De destructivas angustias ajenas, principalmente, en su rol de psicomago, faceta donde para él todo confluye y adquiere sentido. Luego, a partir de esa oportunidad ofrecida al prójimo llegar a esa calma que otorga tener la sensación de que sus acciones se transfieren, que sus habilidades posibilitan el bien y la armonía en otros. Una práctica altruista que ayude y que no se base en volcar dolores y neuras en un continente, como al parecer lo fueron las creaciones artísticas previas a esta convicción en ejercicio.

Fragmento del afiche original de "La danza de la realidad"

Con La danza de la realidad puede pasar algo similar a aquella exploración psicomágica. A través de la puesta en escena de los rasgos más ansiosos de ese padre se propone el derrotero de una figura inquieta por cumplir un objetivo redentor, de un sentido absoluto y noble: matar al general Carlos Ibáñez Del Campo (Bastián Bodenhöfer), representante de injusticias y otros males para el grupúsculo de extremistas del que forma parte Jaime en el Tocopilla de los años 30. Éste, interpretado por el primogénito de Jodorowsky (Brontis), se disputa con un anarquista, interpretado por Adanowsky (último hijo del director), el honor de ultimar a Ibáñez. Pero la meta definitiva de ambos es “pasar a la historia”, y, curiosamente, no lograr algo específico asociado a alguna de las ideas sociales y humanitarias que eventualmente defienden.

Jodorowsky plantea frontalmente y sin medias tintas las contradicciones ideológicas, de identidad, del rol mismo del padre mediante una seguidilla de caídas y desaciertos que llevan a Jaime a vagar penosamente por toda clase de escenarios más o menos metafóricos. En rigor, hace caer al protagonista por el despeñadero con esta búsqueda errática que muchas veces pareciera no asimilar y tal vez jamás realmente entender a cabalidad. Y aunque de hecho Jaime abandona a su familia en este transe, con esa idea homicida inicial que subyace y le hace adoptar otras identidades y hasta alterar el rumbo, su meta oscila mediante un singular bloqueo y el fantasma de su familia –su trascendencia y su deuda– persiste.

Lo inquietante es que más allá de la fábula nutrida de los simbolismos místico-filosóficos, los personajes disparatados y toda clase de exploraciones viscerales crudas características en la obra de Jodorowsky, en definitiva se construye una película ideológica y moralmente familiar. Se propone cómo un individuo obcecado por ideas que no entiende ni mucho menos se detiene a reflexionar desatendiendo su primera causa, su principal preocupación y objetivo –en este caso–: su familia. Pero también a partir de esa evasión de Jaime se plantean otras posibilidades, como la posible ausencia de sentido pleno de este primer rol. Pues si Jaime cayó en esta vorágine de metas y ansiedades destructivas fue porque no había o asumido el rol paternal que eligió o porque sencillamente nunca lo quiso. Si Jaime hubiese sido soltero probablemente la lectura seria otra, la reflexión sería otra, pero, como existe esta gran escisión, la imagen de esa familia abandonada –y maltratada– palpita constantemente durante el metraje.

Podría asumirse que Jodorowsky ya sanó aquella inquietud pendiente con su padre al realizar este nada barato acto de psicomagia que movilizó varios millones de dólares, la resultante coproducción entre Francia, México y… Tocopilla y un debate sobre el rol de Estado chileno en el financiamiento de proyectos como estos. Pero sanar significaría llegar a cierta paz, a cierta quietud armónica que nada desea y nada necesita, pero Jodorowsky no ha detenido su afán "sanador" y no lo hará. Éste ha comprendido o asumido que crear (o invertir en representaciones) no es otra cosa sino ofrecer posibilidades de sanación a otros mediante esta proyección cíclica de experiencias humanas ansiosas por vivir y sanar una y otra vez, hasta que morir y extinguirse del todo deje de ser un problema… Ese mismo problema que para Jaime nunca existió y que nos tiene aquí explorando esto a propósito de su sana y elocuente convicción expresada sí, tal vez, con algo de inconveniente tosquedad a un niño hace más de 70 años.

 

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