Vicios privados, virtudes públicas Luna Nueva

Por Jorge Morales

Entre todos los indisimulados recursos que tiene Luna nueva para complacer a su público femenino adolescente, uno de los más desvergonzados es cuando el hombre lobo Jacob se saca su polera para limpiar una herida a Bella mostrando sin querer queriendo sus trabajados pectorales (un antihigiénico servicio de primeros auxilios, pero de una caballerosidad similar al legendario gesto de Sir Walter Raleigh tirando su capa sobre un charco de barro para que cruce la reina de Inglaterra). Una escena que el director de Luna nueva parece que se la hubiera plagiado a Yingo. En todo caso, emocionalmente, y los suspiros de las espectadoras así lo confirman, el premio mayor se lo lleva la secuencia final, con la petición de matrimonio del atormentado chupasangre Edward Cullen –tras su autoexilio en Río de Janeiro y su fracasado intento de suicidio en Italia- a la apetecida Bella. ¿Quieres casarte conmigo?, dice Cullen en el epílogo, dejando en bandeja la incógnita que se resolverá en las siguientes películas de la saga, suspenso calcado al desenlace de un capítulo de la más cebollera telenovela venezolana. ¿Se casará Bella con Edward? ¿O preferirá a Jacob? Un cándido enigma nada indescifrable si se navega unos minutos por los innumerables sitios web de sus fanáticas, o con más paciencia, si se leen Eclipse y Amanecer, las últimas novelas de Stephenie Meyer que cierran la puritana tetralogía.

Kristen Stewart y Taylor Lautner

Es posible que sí estos detalles fueran desconocidos, la ansiedad por la serie crepuscularia sería aún mayor, con la alta probabilidad estadística que tras las empalagosas frases de amor filial del vampiro Cullen por la humana Bella, hubiese un incremento de los gemidos y gritos histéricos en medio de las funciones del cine. Sin embargo, es el desbordante fenómeno editorial el que ha alimentado este fanatismo cinematográfico y ha sido la clave del negocio. Esta alianza comercial mostró sus garras multimillonarias con Harry Potter, probando que lejos de anularse, las novelas y las películas son complementarias. Con todo lo aburrido que son algunos capítulos del mago de Hogwarts, nunca ha llegado a los niveles degradantes de cálculo que se manifiestan en esta saga. El argumento de un grupo de adolescentes –humanos, lobos o vampiros, da igual- torturados por sus tribulaciones de amor virginal, resulta menos atractivo, más excluyente e insoportable para el espectador adulto que las aventuras del joven prestidigitador. Incluso Crepúsculo, aún siendo un bodrio similar, al menos tenía una puesta en escena menos elemental y una historia más eficaz, que podía apreciarse con una mueca de desprecio, pero sin sentirse completamente estafado.

Luna nueva es un compendio de cursilerías con la imaginación extraviada, que saquea y redefine a su antojo la mitología clásica de los monstruos del terror (suma a los hombres-lobos que se habían librado de ser mutilados espiritualmente en la cinta anterior). Obligándolos a contener sus instintos más primarios, estas bestias pierden su identidad como inmortales iconos voraces e insaciables, que más que esclavos del amor, siempre han sido presas del deseo, en particular, los vampiros, unos verdaderos proxenetas rodeados de su séquito de concubinas. Que el amor –o más bien la falta de afecto y la soledad- han perturbado su existencia, es cierto, pero estos pobres muertos en vida no podían elegir ser castos y puros porque era parte consustancial de su naturaleza ser exactamente lo contrario.

Que Meyer modificará estos principios –que desde luego no son sagrados- no es tan desfachatado como el propósito que persiguen. Esta secuela es una extensión de la campaña de abstinencia promovida en Crepúsculo, pero ahora proyectada institucionalmente hacia el matrimonio: si vas a tener sexo, que sea de por vida. Por eso, Cullen "negocia" con Bella que para sellar la noche de sangre y pasión eternas tienen que casarse primero. Virginidad, matrimonio y eternidad.

Tanto puritanismo alcanza lo inaceptable porque en la cinta hay una defensa tácita de la violencia intrafamiliar. ¿Que no es la pareja del jefe de los hombres-lobo una mujer maltratada? Las marcas en su rostro, producto del enojo de su compañero –que cuando pierde los estribos se transforma en lobo y ataca sin control-, ¿no es la misma excusa que daría un agresor tras golpear a su cónyuge? ¿Por qué ella sigue junto a él cuando se arriesga a que haya un nuevo episodio de violencia? ¿Por amor? Esa entrega al ser amado, al macho, aún cuando sea un monstruo y eso la obligue a vivir una existencia miserable, es la negación de la propia individualidad, de vivir al servicio de otro a costa de la propia integridad física, de honrar la indisolubilidad del vínculo.

Es sorprendente y sospechoso que una obra –libro y película- aparentemente inocente y rosa, pero tan llena de subtextos machistas y mojigatos, dictados desde la más estricta moral conservadora, tenga tamaño éxito. Ninguna sociedad es tan auténticamente libertaria como suponíamos, sí la represión sexual y la devoción incondicional son consideradas manifestaciones de amor.