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Ecos del desierto

La historia oficial Ecos del Desierto

Por Jorge Morales

A diferencia de prácticamente todo el resto de las artes, al cine es al único que se le demanda ser testigo y cronista de la Historia con mayúsculas. Sobre todo en países como Chile donde la producción siempre será reducida, o al menos proporcional a su demografía, es casi en una exigencia moral. Justamente hace poco tiempo, directa o soslayadamente, se han escrito críticas en contra del joven cine chileno acusándolo de darle la espalda a la realidad y centrarse sólo en historias íntimas o "individualistas", afirmaciones que tienen algo de razón, pero también mucha generalización y mala leche.

Quizás porque esa demanda no ha sido satisfecha por el cine chileno, desde hace algunos años la televisión ha sido el vehículo desde el cual se ha narrado la historia reciente del país en series como Los 80 o Los archivos del Cardenal.

En un ambiente más que propicio, por la conmemoración de los 40 años del golpe militar, y con un presupuesto de un millón y medio de dólares -más que envidiable para una producción cinematográfica en Chile-, Andrés Wood, que se había mantenido relativamente distante como director en televisión (aunque su productora produjo dos series documentales, Los 80 y su filme El desquite tuvo una versión televisiva), estuvo detrás de las cámaras en la miniserie Ecos del desierto. En cuatro capítulos de cincuenta y tantos minutos cada uno (todos disponibles en internet), contó de la siniestra misión de exterminio de la tristemente célebre banda de criminales uniformados conocida como la "Caravana de la muerte". La serie se centra especialmente en la vida de la abogada Carmen Hertz, esposa del detenido desaparecido Carlos Berger (víctima justamente de la Caravana), que buscando la verdad sobre lo ocurrido con su marido, se convirtió en una emblemática jurista especializada en Derechos Humanos.

Es difícil saber si el impacto que ha provocado Ecos del desierto se deba a algo más que la terrorífica (pero apasionante –si lo ponemos en términos puramente dramáticos-) historia de estos asesinatos. Y es que tratándose de un hecho real especialmente sensible, se suele poner por delante el valor testimonial de la obra por sobre sus méritos artísticos, y en muchos casos, la tendencia es a confundirlos. La etiqueta de "necesaria" libera a la obra de ser medida como producto meramente creativo, y aún más cuando su cuidada factura se confunde con estilo.

No quiero decir con esto que Ecos del desierto no tenga ningún mérito artístico, pero creo que está muy por debajo de su valor como testimonio y "necesidad", y su corrección técnica disfraza su falta de inspiración. El didactismo de su prólogo en el primer capítulo, sospechosamente descriptivo sobre el golpe de Estado (¿pensando en su comercialización en el exterior?); la insolvencia de las actuaciones, particularmente de Aline Kuppenheim (que siempre parece estar actuando); un guión sin sutilezas donde se persigue hasta lo exasperante establecer la filiación ideológica de sus personajes (por ejemplo, María Gracia Omegna le canta a su bebé una "versión" infantil de La internacional); un montaje caprichoso tanto en estructura (va del presente al pasado y viceversa, repitiendo algunas escenas) como en la jerarquización de sus tramas (el tercer capítulo está dedicado en gran parte a la lánguida historia de amor juvenil cuando ya sabemos el desenlace de sus personajes y poco importa ahora lo que vivieron en el pasado); además de una floja intriga policial que no explica cómo Carmen Hertz fue reuniendo las pruebas para establecer qué hacían y quiénes integraban la Comitiva (personajes que aparecen apenas delineados).

Lo más destacable, por lo ilustrativo e insólito visto en la perspectiva del tiempo, es que nunca antes se había mostrado con tanta claridad en una ficción la crudeza de la represión militar y las responsabilidades de las más altas autoridades de la dictadura en esos crímenes, partiendo incluso por Pinochet. Ese salvajismo, exhibido sin ambages, deja completamente claro que estamos hablando de asesinos seriales pagados por el Estado. Un juicio político que afirmado como una verdad en televisión, resulta más incontrarrestable que cualquier declaración pública o libro de historia.

El cine de Andrés Wood nunca se ha caracterizado por ser demasiado sutil o tener alguna clase de –llamémoslo- misterio o hermetismo. Todo parece muy preclaro, determinado, pisando siempre sobre seguro, sin espacio para ambigüedades. Un cine del que uno nunca puede extraviarse. Y por eso suele pecar de cierto formalismo institucional, de historia oficial. Una historia oficial, por cierto, que en esta serie es contada desde la tragedia de una mujer de clase media alta (así como la Unidad Popular era vista a través de los ojos de un niño de la misma extracción social en Machuca). Pareciera que para certificar la brutalidad del atropello se necesitara que la protagonista pertenezca a un grupo económico acomodado. En ese sentido, no deja de ser perturbador que la manera de intentar dañarla sea asesinando a su empleada doméstica. Aunque este es un hecho verídico, la fría reacción del personaje Carmen Hertz frente a ese brutal homicidio, no muestra el quiebre traumático que debió haber significado para la verdadera Carmen Hertz (y que la llevó a irse fuera de Chile por varios años).

Por su historia, Ecos del desierto es legítimamente un aporte a la construcción de nuestra memoria colectiva, pero como pieza audiovisual tiene limitaciones que la mantienen lejos de cualquier reconocimiento formal incluso dentro de la misma filmografía de Wood.

Ecos del Desierto
Chile, 2013
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Andrés Wood
Patricio Pereira
Guillermo Calderón, Andrés Wood
Miguel Joan Littin
Andrea Chignoli
Miranda y Tobar
Aline Kuppenheim, María Gracia Omegna, José Soza, Alfredo Castro, Paulina Urrutia
Miniserie de cuatro capítulos

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