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Film Estreno

Matar a un hombre

La angustia que corroe el alma Matar a un hombre

Por Jorge Morales

Si hay algo en común en las películas que conforman la filmografía de Alejandro Fernández Almendras ha sido que pone el foco sobre un sector social que hasta ahora, dentro de las nuevas generaciones del cine chileno, no había tenido una expresión cinematográfica: la clase media. Aunque siempre es difícil precisar a qué se le llama clase media, podría decirse que son las personas que viven para trabajar, y que son las más expuestas a las ventajas y desventajas del capitalismo. Por ejemplo, son el perfecto blanco del crédito: no tienen dinero pero cuentan con capacidad para endeudarse. Por eso sobreviven, con denodados esfuerzos, digna y "endeudamente", teniendo, en rigor, acceso a una salud, a una educación, a una justicia, etc. acorde a su exiguo presupuesto, y son, por lo tanto, quienes ven con mayor claridad la discriminación latente en el sistema.

En Matar a un hombre, Jorge vive con su familia en un barrio de clase media que linda con una población más pobre. Tras sufrir un robo a escasos metros de su casa cometido por el Kalule, un delincuente habitual que vive en esa población y ataca indiscriminadamente a rostro descubierto a sus vecinos, pierde su medidor de azúcar, un artículo indispensable para el control de su diabetes. Tras comentar lo ocurrido a su familia, su hijo mayor decide ir a escondidas y por su cuenta a ver al ladrón para recuperar el medidor. Este hecho es el desencadenante de una serie de incidentes adversos que destruyen la tranquilidad de su familia.

El retrato de Fernández es crudo y categórico. Durante la primera parte, donde se expone el sufrimiento de la familia, muestra que si bien "las instituciones funcionan", funcionan mal, y son las personas de clase media sus presas más vulnerables. No reciben respuestas rápidas ni justas, ni consiguen reparaciones proporcionales al daño que se les ha causado. Por el contrario, no tienen más remedio que aceptar la injusticia, la impunidad y el desamparo. Es una lectura política realista y que casi no admite dobles interpretaciones. Casi, porque no costaría mucho vincular esa visión al clásico discurso de la derecha de "la puerta giratoria de la justicia", la idea de que los delincuentes entran y salen rápidamente de prisión sin recibir el castigo que merecen. Para evitar suspicacias, y de alguna manera condenar el explotación que ha hecho la derecha levantando esa consigna (que, en definitiva, justifica la represión como acción política), Fernández se encarga –sin mucha sutileza, en todo caso- de colocar notoriamente la foto oficial del ex presidente Piñera en cada una de las escenas que transcurren en una comisaría para contextualizar la película durante su administración. Eso permite sostener que las circunstancias que se describen son consustanciales al sistema y no a un determinado gobierno.

Sin embargo, aunque este tema cruce tres cuartas partes de la película, lo cierto es que a Fernández no le interesa particularmente entrar de lleno a ese debate sino valerse de esa situación específica –sentirse amenazado y que el llamado de auxilio es desatendido- para dar al protagonista la motivación necesaria para hacerse justicia por mano propia.

Todas las penurias que soporta Jorge y su familia, toda la elaboración improvisada de su crimen, está sólidamente retratada. Con frialdad y distancia, filmando con encuadres fijos y una notable banda sonora, Fernández refleja la ascendente tensión, angustia y estrés. Una situación opresiva que no parece ofrecer ninguna escapatoria más que la violencia. Sin embargo, no es exactamente el asesinato de Kalule un acto de venganza, es sobre todo una forma de autodefensa. Jorge mata a Kalule más que por lo que ha hecho, por lo puede llegar a hacer. Por lo tanto, el homicidio pierde simetría: no existe una correlación entre el castigo y el daño. Si Kalule hubiera matado a alguien de su familia, es posible que Jorge hubiera sentido menos remordimiento después de ejecutarlo. Esta diferencia probablemente explica mejor la confusión de la que es presa del protagonista más allá del impacto real que puede provocar cometer un crimen legítimo o no. Porque el homicidio que parecía justificado, resulta desmedido y absurdo. Pero el punto más interesante es que Fernández logra convencernos de que el castigo personal nunca podrá equipararse a la justicia social. No necesariamente por una cuestión ética sino porque la monstruosidad de un crimen es demasiado perturbadora.

Pese a todos estos logros, en la última parte, cuando Jorge ya ha cometido el crimen, la cinta parece tan confundida como el protagonista. Se da por sentado que la crudeza de las acciones que acomete Jorge para ocultar el crimen (como cambiar el cadáver de lugar o lanzarlo al mar), es más que suficiente para ilustrar su conmoción interna. Pero su intensidad sólo alcanza para subrayar la magnitud de su acción y los grandes problemas "operativos" que demanda para un verdugo amateur ocultarlo, pero no los efectos que tiene sobre él. Incluso se toman soluciones simplistas para retratar el desmoronamiento de Jorge, como su visita al prostíbulo y la impotencia que sufre con la prostituta. Hace falta más que sus silencios y su mirada taciturna (que tiene incluso mucho antes del crimen) para explicar cómo se siente o por qué finalmente terminará entregándose.

En ese sentido, la frase final, donde se señala que es una historia basada en hechos reales, es engañosa. Es como si Fernández quisiera asegurarse del impacto de la historia (la realidad es más fuerte que la ficción, digamos) para aquellos que desconocen el origen del argumento. Aparte de ser un artilugio muy propio de la industria cinematográfica norteamericana, es absolutamente innecesario.

Matar a un hombre es una cinta extraordinariamente construida y la más sólida de la filmografía de Alejandro Fernández. Pero así como es lúcida para retratar la angustia, es insegura para plasmar el extravío.

Matar a un hombre
Chile-Francia, 2014
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Alejandro Fernández Almendras
Eduardo Villalobos, Guillaume De Saille
Alejandro Fernández Almendras
Inti Briones
Alejandro Fernández A., Soledad Salfate Pablo Vergara
Daniel Candia, Daniel Antivilo, Alejandra Yáñez, Ariel Mateluna
85 minutos

   

> Seba dijo: 14 de Octubre de 2014 a las 22:42
Qué buena crítica, creo que coincido plenamente.
Se agradece el trabajo. Saludos
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