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Film Estreno

Spiderman in the jungle Tarzán

Por Jorge Morales

Si mal no recuerdo, David Cooper, el padre de la antipsiquiatría, decía que la diferencia fundamental entre la masturbación y una relación sexual no era física ya que ambas prácticas podían ser igualmente satisfactorias o frustrantes. La diferencia fundamental era que masturbarse no comportaba una experiencia. Por eso uno puede recordar casi todas las circunstancias involucradas en un coito de hace 10 años, pero apenas recuerda un acto masturbatorio de la semana pasada.

La analogía puede ser abstracta, pero pensé en eso tras ver la nueva Tarzán y su insufrible batería de efectos digitales. Digamos que hace mucho rato el cine se ha valido de todo tipo de artilugios visuales generados por computación para mostrar dinosaurios, peleas interplanetarias y los super poderes de los super superhéroes. Pero seamos claros: ningún velociraptor sobrevivió a la glaciación, todavía no llegamos a que dos potencias se ataquen profusamente en Saturno y que yo sepa Superman no existe. En cambio la selva con sus gorilas, hipopótamos, tribus de negros y hasta incluso algún blanco desarraigado viviendo entre los monos, existe. Claro, quizás no haya manadas de millares de antílopes galopando codo a codo a campo traviesa junto a millares de leones y otros animales como aparece en la película, pero ese continente está vivito y coleando o al menos lleva varios siglos sobreviviendo.

Por eso es irrelevante que la película haya sido filmada en parte en el Congo si se respiran mucho más los censores, las pantallas verdes y los softwares de última generación que los excrementos de elefantes. El punto es que la digitalización extrema está reduciendo –para volver a la analogía inicial- la posible experiencia sensorial a una pura paja visual. Naturalmente es posible que no sea responsabilidad de la técnica el problema de su utilización, pero de alguna manera su uso permanente está generando y fomentando, desde hace rato, una cierta narrativa o al menos una matriz estilística. Por ejemplo, la escena de la estampida –donde una manada de antílopes corre junto a una multitud de otras especies-, nace de la afiebrada y desmedida ambición guionística que sabe que los benditos animadores son capaces de hacer cualquier cosa. Esa devoción al exceso es aliada de la arrogancia técnica, y hace que la experiencia cinematográfica sea cada vez más un "mientras más, mejor".

Tanto o más fastidioso son los tics y manías tarantinianas de los actores Christoph Waltz y Samuel L. Jackson cuyos personajes parecen trasplantados de ese universo fílmico sin variaciones acentuando de paso la artificialidad de una película que intenta vanamente arrimarse a un relato histórico (el genocidio del rey Leopoldo) tan inconsistente y amañado para vincularlo con Tarzán como sus animales computarizados.

Posiblemente, lo más interesante de la película es algo que no fue deliberado, pero que aparece claro y transparente: Tarzán nunca fue el símbolo del anticolonialismo, es al revés. Tarzán y Jane son, a su pesar, los embajadores del colonialismo cultural; la pareja guapa de rubiecitos que reina entre tribus aborígenes y bestias salvajes. Tarzán es un ser sobrenatural que marcha a una velocidad imposible de liana en liana, de árbol a árbol, como si fuera el hombre araña flotando de un rascacielos a otro; que se comunica con los animales y conduce su desfile como si fuera Aquaman encabezando una manada de ballenas; y que tiene una cuenta bancaria tan abultada como la de Batman. Ese es Tarzán: el Dios blanco, el líder, el millonario, el superhéroe del continente negro.

Cine sin alma, sin historia, sin emoción e incluso sin respeto por su propia leyenda: la pobre Chita pena por su ausencia. Mejor por ella, permanecer en el recuerdo protegida por los musculosos brazos de Johnny Weissmüller, el único e inigualable hombre-mono.

The Legend of Tarzan
EEUU-Reino Unido-Canadá, 2016
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
David Yates
Alan Riche, Jerry Weintraub y más
Adam Cozad, Craig Brewer
Henry Braham
Mark Day
Rupert Gregson-Williams
Alexander Skarsgård, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson, Margot Robbie
110 minutos

 

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