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Roberto Anjari-Rossi La cómplice ternura de El legado

En medio del heterogéneo y a menudo agitado mar de propuestas cinematográficas del Festival de Rotterdam (IFFR), flotaba una pequeña boya discreta. No buscaba llamar la atención ni sobresalía como algo nuevo, pero emanaba una estabilidad tranquilizadora y un encanto cálidamente familiar, con su retrato de una abuela y una nieta enfrentando juntas la vida en Toltén.

Por Pamela Biénzobas

Gracias a esa calma y esa seguridad de la sencillez, el documental El legado, del chileno Roberto Anjari-Rossi, fue seduciendo de a poco, desde que postuló al festival tener contactos, y quedó seleccionado en la sección Bright Future.

"Desde el momento en que rodamos me dije que me encantaría mostrarla en Rotterdam. Conocía el tipo de películas que se habían mostrado, como las de José Luis Torres Leiva, y pensé que mi película podía tener el perfil" comenta Anjari-Rossi notoriamente feliz de haber enviado su proyecto de tesis de la academia berlinesa de cine y televisión DFFB, el día de cierre de las postulaciones. Poco después, su largometraje debut tuvo su estreno mundial en el IFFR. El santiaguino, que lleva catorce años viviendo en Alemania, estuvo en el festival holandés por primera vez, y sostuvo varios coloquios con el público antes de volver rápidamente a Berlín (para trabajar, como todos los años, en el European Film Market de la Berlinale). Anjari-Rossi realizó su documental tras una trayectoria más ligada a la ficción: estudios de literatura inglesa en la Universidad Católica, talleres de guión con Fernando Aragón, y unos primeros cortos de ficción en la carrera de cine de la DFFB. "Creo que eso se nota en El legado, porque mi idea era también hacer un documental que funcionara como ficción. Hay planos-contraplanos, hay herramientas del cine ficcional."

Su proyecto de fin de estudios debía ser sobre su tío, pero al reencontrarse con Rosa, la antigua pareja del pariente ya fallecido, descubrió la tierna complicidad que une a la afable mujer y su nieta Laura, una joven mecánica de fuerte carácter. En medio de las supersticiones de un Chile rural, cuya vida cotidiana se adivina bastante más dura de lo que sugiere la bella energía que fluye entre las dos heroínas, Roberto Anjari-Rossi encontró su película.

-¿En qué momento supiste que esa dinámica entre ellas daba para hacer una película que podía tocar al público?

-En esta película hay un tema muy fuerte de lazos familiares, y eso es universal. Según la cultura, se entiende de diferentes maneras, pero los lazos familiares como método de sobrevivencia es algo que existe más o menos en todas partes. Para ser súper sincero, me arriesgué. Cuando fui con la camarógrafa (Jenny-Lou Ziegel, alemana) a hacer investigación, me dije "acá hay algo", no sabía muy bien cómo, pero sabía que quería tratar de capturar eso de la relación entre ellas dos.

El legado

-¿Cómo fuiste seleccionando el material? ¿Ibas acumulando o montando a medida que grababas?

-Como ya era una intención que la película funcionara como ficción, tenía que tener mucho cuidado con cuánto material grabábamos. Siempre trataba de alargar las conversaciones entre ellas lo más posible para tener cuadros de una y de otra, y estar siempre atento a tener una cantidad de material que diera para cortar la escena como una ficción.

Nos basamos en una dinámica de sensaciones al momento de editar, porque no es una película con una típica estructura dramática. No hay un conflicto grande. Primero buscamos un marco, que es la Semana Santa. La película empieza con el Domingo de ramos y termina con la procesión del vía crucis. Dentro de ese marco fuimos creando las visiones de vida de las dos.

Me di cuenta, al empezar a mirar el material –y no al momento de grabarlo–, de que Rosa vive más en el pasado y Laura vive con la añoranza del futuro. Estábamos reflejando dos Chiles distintos: el Chile costumbrista y el Chile de los sueños; el Chile de "Dios te controla" y esta nueva generación que quiere lograr un futuro mejor. Y con eso fuimos jugando: con los recuerdos de Rosa y con los anhelos de Laura.

-Ustedes estaban viviendo en la casa, grabando el día a día. ¿Cómo se dio la interacción?

-Una de las cosas que más ha sorprendido al público es cómo la cámara pudo acercarse tanto a los personajes en los close-ups. Yo fui súper sincero con ellas. Quería que entendieran todo y no se sintieran demasiado invadidas con dos personas en la casa. Antes de que empezáramos a grabar les dije "esto es una cámara, funciona así, así se ve, esto es el micrófono...". Estuvimos una tarde tomando once con té y pan con palta, y les expliqué de qué se trataba y todo el proceso de hacer una película. Lo entendieron súper bien. Que ellas se adaptaran a la cámara debe haber tomado quince minutos. Nunca había visto algo así.

-¿Hay cosas que te hayan sorprendido en la reacción del público holandés e internacional del IFFR?

-Hay cosas que como latinoamericano das por hecho. Si bien Laura es bastante directa en su forma de hablar con Rosa, como latino uno sabe que hay una cierta ternura en ese lenguaje un poco brutal que ella usa con su abuela. He visto que a la gente acá en el norte de Europa le ha inspirado una cierta ternura ese contacto tan íntimo, ese nivel de confianza, entre una nieta y una abuela.

Además, en Europa no es mucho lo que se habla de esta realidad surrealista, vivir con fantasmas, con espíritus que se aparecen y desaparecen, con este Juan que está parado en la puerta pero desaparece de repente. Eso despierta curiosidad.

El legado

-La película es esencialmente chilena, pero llevas años viviendo fuera y la produjiste en el contexto de estudios en Alemania. ¿Cómo sientes su identidad "chilena"?

-Me interesa mucho mostrar el documental en Chile. Entre todo ese afán que hay allí de desarrollo, desarrollo, desarrollo, y el consumismo –sobre todo en Santiago–, me encanta ver este Chile más costumbrista, donde las leyendas todavía juegan un rol, la vida es un poco más lenta.

Durante la investigación para mi proyecto de documental sobre mi tío, cuando volví a ver a Rosa y me di cuenta de su relación con su nieta, quedé fascinado con el pueblo de Toltén. Yo vengo de Santiago, donde la cultura es mucho más "occidental", si se puede llamar así, y ver un lugar donde realmente el surrealismo existe, donde tienes los fantasmas, el dios omnipotente que te mira, te protege, te controla... También me llamó la atención el rol de hombres y mujeres en el pueblo y la movilidad entre las familias. El hombre se va con otra mujer, entonces la mujer, para seguir alimentando a los niños, necesita encontrar otro hombre. Al final en el pueblo mucha gente ha compartido las parejas, lo que es una dinámica de sobrevivencia. En medio de todo eso, Laura era una de las pocas mujeres del pueblo "invictas", que no quedó embarazada temprano, que tiene una personalidad fuerte... Es una niña que quiere ser mecánico y por ende conoce a todos los hombres rudos del pueblo, que la respetan mucho.

-Tú tienes muy poca relación con el medio del cine chileno. ¿Pensaste buscar fondos en Chile, por motivos prácticos o simbólicos?

-Me interesa mucho el medio chileno. A través de los festivales he ido conociendo gente que hace cine en Chile. Ahora, para el proyecto que estoy desarrollando, espero hacer una coproducción entre Chile, Alemania y Francia. Encuentro que en Chile hay muchas historias que se pueden explotar. Y me siento como jugando en los dos bandos. Me siento bastante cómodo en la escena del cine alemán; conozco más gente en Alemania, pero me interesa mucho también saber qué se está haciendo en Chile. Siempre trato de ver todo tipo de proyectos que vienen desde allá. Por ejemplo, he conocido la escena alternativa, como el cine de Wincy, gracias a Ginés Olivares, editor de El legado

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