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José Luis Torres Leiva Vientos de libertad

"El viento sabe que vuelvo a casa" tuvo su estreno mundial ante salas llenas en el Festival de Rotterdam, que viene exhibiendo el trabajo de José Luis Torres Leiva, y a menudo apoyándolo con el Hubert Bals Fund (como en esta ocasión), desde hace una década. La película -que competirá en marzo en el Festival Cinéma du Réel- sigue a Ignacio Agüero en Meulín mientras indaga sobre una leyenda que nadie parece recordar.
(Foto: María Isabel Campos)

Por Pamela Biénzobas desde Rotterdam

Ignacio Agüero, al volante de un auto y filmado desde el asiento trasero, le ofrece a una joven peatona llevarla en el transbordador hacia Achao. Ignacio Agüero, fuera de campo, conversa con una señora de edad incalculable y vida insospechable, cuyo rostro marcado en filigrana por el dolor llena la pantalla, mientras ella asegura que "la suerte que tengo yo no la tiene nadie". Entre encuentros y observación, se va bordando un tapiz de la vida en la isla de Meulín, en Chiloé, a través de la mirada de un cineasta que sabe escuchar tan bien al otro, que con su atención lo ayuda a hablar.

El viento sabe que vuelvo a casa, de José Luis Torres Leiva, sigue a Ignacio Agüero tras las huellas de una historia que alguna vez escuchó, y en la que quiere basar su próximo proyecto, sobre dos jóvenes enamorados de Meulín que desaparecieron porque todos se oponían a que estuvieran juntos. Pero nadie parece conocerlos. En cada encuentro con los habitantes o con el paisaje de la isla van surgiendo mundos, vidas, realidades y anhelos, que Agüero escucha atentamente, dándoles el tiempo y el espacio para desplegarse delante de la cámara.

Conversamos con José Luis Torres Leiva en el Festival de Rotterdam, donde El viento sabe que vuelvo a casa tuvo su estreno mundial, mientras, a algunos metros, su nueva película se mostraba ante una sala llena de público y emoción.

-¿El proyecto de ficción que está planificando Ignacio Agüero en la película existe?

-No, no existe.

-¿Existió alguna vez?

-Nunca. Es un dispositivo de ficción que yo inventé para crear todo el recorrido que hace Ignacio en la isla.Yo viajé un año antes de realizar la película para investigar, y en base a esa investigación creé el dispositivo. Y también creé la historia de esos jóvenes que desaparecen, que tampoco existe, basándome en lo que siempre contaban en la isla, de la antigua rivalidad entre estos dos lugares, y que era muy difícil que un mestizo se relacionara con un indígena.

¿Qué historia es ésta y cuál es su final?

-¿Siempre supiste que Ignacio era el centro de la idea?

-Sí, absolutamente. En realidad la película nació porque hace unos tres años hice un documental para la televisión por cable sobre Ignacio (Nota de la Redacción: ¿Qué historia es ésta y cuál es su final?), en el que habla con Sophie França, su editora. Mientras hacía el documental me dieron muchas ganas de ver en escena todo lo que él decía. Por eso le propuse hacer este proyecto y crear esta historia como una especie de excusa para seguirlo a él y su metodología de trabajo.

-Hay claramente un lazo de complementariedad entre tu cine y el suyo. ¿Cómo la sientes tú?

-El trabajo de Ignacio Agüero me influyó mucho cuando estaba estudiando. Tuve la oportunidad de ver algunos de sus trabajos, sobre todo Cien niños esperando un tren, y para mí fue muy importante. Lo conocí durante el FIDOCS cuando realicé mi primer documental, Ningún lugar en ninguna parte, y comencé a entablar una amistad con él que fue creciendo.

Trabajé en ficciones con él como actor (Nota de la R.: Ignacio Agüero actúa en El cielo, la tierra y la lluvia y Verano), y cuando tuve la oportunidad de hacer ¿Qué historia es ésta...? comprendí mucho mejor su metodología de trabajo y su coherencia como realizador. Es algo que me llama mucho la atención y que admiro mucho en su cine, y a lo que me siento muy cercano: su manera de trabajar y de entender el cine. Es muy personal en los dos, pero siento que nos une esa coherencia de trabajo.

También siento que él tiene una necesidad muy imperiosa de realizar cada película que ha hecho. Y cada una, aparte de ser un proceso personal, responde a una etapa de vida determinante. Para mí también ha funcionado así en cada momento, y espero que siga siendo así. Es lo que para mí hace más sentido al querer hacer cine.

-¿Cómo decantó tu mirada de extranjero hacia la isla y su gente, y la de Ignacio Agüero como mediador?

-Yo tenía algunas ideas preconcebidas sobre la película, pero en el momento de rodarla, me liberé de todo eso. De hecho, no escribí un guión sino solamente una pauta, una escaleta, de la que sólo terminó quedando la primera escena de la película. Todo el resto fue lo que ocurrió ahí, y fue muy espontáneo.

El viento sabe que vuelvo a casa

Influyó mucho en el tono que estuviera Ignacio en la película, y también que estuvieran Tiziana Panizza (como asistente de dirección) y Cristián Soto, que hizo la fotografía, que es co-realizador de La última estación. La presencia de otros realizadores hizo que fuera un trabajo bien colectivo, y que la película empezara a tomar forma en el proceso. Y creo que eso me liberó del miedo o prejuicio. Para mí fue muy importante descubrir la película ahí, en el momento del rodaje, y también sorprenderme. Hacía mucho tiempo que no me pasaba eso. Fue muy revelador. También en el montaje –fue una película muy de montaje- me empecé a dar cuenta de que en realidad muchas cosas se ligaban, estaban muy conectadas.

La idea era algo que Ignacio comentaba en ¿Qué historia es ésta...?, y que le planteé también al comienzo: uno empieza un proyecto cinematográfico con una idea muy prefija sobre algo –en este caso era esa historia que él iba a buscar, sobre la que nadie le da una respuesta-, pero la película se abre hacia otros lados, y se va conformando por todos estos encuentros que él tiene. Es algo inevitable, tanto en documental como en ficción. Muchas veces uno tiene la capacidad de expandir esa idea preconcebida sobre un proyecto cinematográfico.

-¿Qué fue lo que te sorprendió en este proyecto sobre tu manera de hacer cine?

-La libertad de la realización y también de dejarse llevar por las historias que se iban apareciendo. A muchas de las personas que aparecen en la película ya las habíamos contactado anteriormente. Nosotros estuvimos en la isla una semana antes, sin Ignacio, para hacer algunos contactos, pero en realidad muchas de esas personas o no resultaron, o no las pudimos volver a encontrar, y se empezaron a dar otras historias en el mismo momento. Eso para mí fue bien revelador: no urgirme porque una cosa no iba a resultar, ya que en realidad resultaba de otra manera, o se iban dando otros caminos para que la película se fuera construyendo. Si bien parece bien fácil como todo se dio, vivimos el proceso que vivió Ignacio dentro de la misma película. La parte de ficción estaba pasando también detrás de cámara.

-En el proceso de la película y en la isla, para los habitantes, ¿quién eras tú?

-Un poco el que iba guiando la película. Era un rol más de guía que de director.

Pasó algo ahí dentro de la isla. Cuando fui un año antes a investigar con Tiziana, se creó un lazo bien especial con las personas que contactamos. No sé si ellos dimensionaban en su totalidad lo que íbamos a hacer, porque de hecho la presencia de una cámara en este lugar era algo súper novedoso. No era la televisión ni nada de eso, que es lo primero que les viene a la cabeza, sino que éramos parte de la isla. Se dio una dinámica muy bonita. Fueron muy generosos y estaban muy abiertos a la película. También porque nos veían a todos en lo mismo, en el mismo camino; no era un equipo invasivo. De hecho no llevamos luces, la cámara era muy pequeña, era un equipo muy reducido.

-La isla como personaje, ¿qué rol juega y cómo fue adquiriendo esa dimensión?

-Un rol muy importante. Creo que en estas historias que se contaban dentro de la isla, sobre que estaba dividida en dos, surge todo un mundo que toma gran relevancia. A pesar de que puede sonar muy difícil habitar este lugar que tiene un montón de contradicciones, creo que vivir allí, con esa libertad que tienen (no hay policías, se rigen un poco por sus propias leyes y su propia manera de habitar ese lugar) para ellos es impagable. Dicen "de esta isla no me voy a ir nunca". Es algo que se da mucho en esas islas interiores en Chiloé, y creo que se siente bastante dentro de la película: hay una raíz muy fuerte de sus habitantes, y desean desarrollarse allí dentro.

Me pareció muy interesante también cómo alguien ajeno a ese lugar habita durante un tiempo muy limitado un espacio que no le pertenece, cómo se acerca a sus habitantes, y cómo ellos ven a esa persona que viene de fuera de su hábitat; cómo lo hacen partícipe dentro de su mundo. Me interesa la figura de este director que llega desde fuera a buscar una historia que finalmente no encuentra, pero encuentra otras historias alrededor.

El viento sabe que vuelvo a casa

-El paisaje natural tiene un rol central como en otras películas tuyas. Pero en otros trabajos se trata de paisajes urbanos. De la misma manera, tus personajes pueden ser personas pero también un perro. Y la mirada. ¿Hay alguna diferencia para ti en la manera de abordar uno u otro?

-Ya sea un paisaje, un animal o una persona, creo que contribuyen a un todo dentro de la película. Trato de no ver un paisaje o un animal como algo decorativo, una imagen de postal muy bonita, sino de incorporarlo de la misma manera en que voy a filmar a las personas que habitan ese lugar. Por eso adquieren tanta importancia dentro de mis películas.

-¿Qué te indica dónde poner la cámara en un espacio nuevo como Meulín?

-En este caso, fue bien relevante el trabajo con Cristián Soto que realizó la fotografía. El proyecto nace muy influenciado por las películas de Abbas Kiarostami. Vimos muchas películas suyas, sobre todo las últimas. Luego, dentro de la isla, se dio muy naturalmente dónde colocar la cámara, los planos. Las indicaciones eran que íbamos a hacer planos fijos, sin movimiento; que si había movimiento es porque la cámara iba a estar dentro de los autos y nunca fuera, que también tiene mucho de Kiarostami. Es una visión muy cercana a la mirada y a la presencia de los personajes. Y creo que con esos pocos detalles que vimos, lo demás se fue dando en el momento mismo.

Por ejemplo, hay una escena (ver aquí) donde aparecen unos caballos y de repente un caballo queda fuera de cuadro. Pero como habíamos hablado de hacer un plano fijo, no movió la cámara en absoluto, no reencuadra.

-¿Cómo fue dirigir a Ignacio Agüero en el rol de sí mismo?

-Ignacio es muy generoso, y se dejó llevar. Cuando el proyecto empezó a crecer, me dijo que sí, le interesaba, y le pareció muy curioso cómo se fue dando todo. Llegado el momento me dijo "me pongo a tu disposición". Ignacio en sí es un personaje, absolutamente. Y el personaje que creé tiene mucho de él, por eso hablo de generosidad. Tampoco me sentí dirigiendo a un actor, sino que le proponía hacer algunas secuencias, algunas preguntas que podía realizar en las entrevistas, y luego todo iba fluyendo por sí solo. Fui como una guía más que nada. No tenía sentido imponerle algo que no es. La película es él.

-¿Y el cineasta Ignacio Agüero tuvo presencia ahí?

-Sí, muchas veces. Además, Ignacio estaba realizando su documental Como me da la gana 2 y hubo un momento dentro de la película en que llegó con su equipo. El día en que hicimos el casting en el colegio con los niños, estaban los dos equipos rodando al mismo tiempo y fue muy curioso. Ahí fue otro: fue Ignacio Agüero director. Me sorprendió porque yo pensaba que estaba dirigiendo a Ignacio Agüero director, pero ahora era otro rol el que estaba cumpliendo, dirigiendo su propia película. Y ahí dimensioné que en realidad él estaba creando un personaje de sí mismo dentro de mi película.

El viento sabe que vuelvo a casa

-De hecho nunca lo habías visto dirigir, sólo lo habías dirigido como actor.

-Nunca había trabajado con él, nunca lo había visto dirigir. Por eso me daba mucha curiosidad poner en práctica lo que él decía en ¿Qué historia es ésta...?

-Acabas de ganar apoyo para un proyecto sobre Sergio Larraín, mientras que tienes otros más anunciados.

-Sí, el documental que filmamos en la Antártica con Tiziana Panizza está en espera de montaje, y la ficción con Ignacio Agüero en Puerto Fuy también está un poco detenida. También estoy empezando ahora a escribir otra ficción.

El nuevo proyecto de documental acerca de Sergio Larraín se llama El rectángulo en la mano, y toma la etapa cuando se va a vivir a Tulahuén. No es la etapa como fotógrafo, sino los últimos 34 años de su vida, que pasó en este lugar. Ahí se dedicó a otras artes, a pintar, a escribir... y a meditar aparte de todo. Necesita mucha investigación y también un replanteamiento de cómo realizarlo. Me interesa mucho trabajar con las personas del lugar, de Tulahuén. Está en proceso.

-¿Qué desafíos puede representar en la forma de filmar, y cómo podría influir la experiencia de "El viento sabe que vuelvo a casa"?

-Creo que voy a adoptar algunas cosas de puesta en escena que empecé a trabajar acá, y que me interesa trabajar con los habitantes de Tulahuén en torno a la figura de Sergio Larraín en ese lugar. Y sobre todo con los escritos que él dejó. Más que hacer un documental biográfico, lo que me interesa para este proyecto es ver cómo aparece la figura de Sergio Larraín a través de ese lugar que él eligió para ir a vivir sus últimos años, con sus habitantes, los paisajes.

Creo que la libertad que tuve en todos los niveles en la realización de esta película me hizo replantear hartas maneras de cómo abordar un proyecto, y eso me tiene muy entusiasmado.

 

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